La operación judicial realizada contra cuatro clínicas privadas de Barcelona
acusadas de realizar abortos ilegales ha devuelto al primer plano de la
actualidad el sucio negocio que muchos centros hacen con esta práctica
médica.
Desde el pasado viernes, el máximo responsable de tres de estos centros y
«cabecilla» de este trama organizada dedicada al aborto ilegal, el cirujano
Carlos Morín, su esposa y una trabajadora de sus clínicas se encuentran en
prisión provisional por orden de la juez que investiga el caso, la titular
del juzgado de Instrucción número 33 de la capital catalana. Las otras tres
personas —médicos— que también fueron detenidas el pasado lunes en la misma
operación están en libertad bajo fianza.
Sin embargo, el ya bautizable como «caso Morín», del que van filtrándose
detalles, a cual más escabroso, por entre las rendijas del secreto de
sumario impuesto, no es un caso único, desgraciadamente.
Como han denunciado muchas entidades, la legislación sobre el aborto en
España tiene muchas grietas, además de un coladero en forma de boquete como
es el supuesto que permite abortar si existe riesgo para la salud psíquica
de la madre. Al amparo de este supuesto, no hay límite de semanas para la
interrupción legal del embarazo, lo que propicia que se interrumpan
gestaciones de hasta ocho meses o más tiempo, una instauración «de facto»
del aborto libre que se registra exclusivamente en los centros privados y no
en hospitales públicos, como demuestran las estadísticas.
Para acogerse al supuesto de riesgo para la salud psíquica de la embarazada,
el expediente de la paciente debe incluir un informe hecho por un psiquiatra
que certifique la existencia del citado riesgo. El problema es que dichos
exámenes se convierten en trámites poco rigurosos alentados por el afán
mercantilista de los responsables de las clínicas privadas, que llegan a
cobrar entre 3.000 y 6.000 euros por este tipo de abortos.
En el caso de las clínicas ahora investigadas en Barcelona, ha trascendido
que algunas de las clientas han declarado ante la Guardia Civil que en sus
expedientes médicos se incluía el preceptivo informe psiquiátrico, pese a
que ningún especialista de esta materia las había visitado.
Cabe señalar que a muchos se les revuelve la ética por el mero hecho de que
las clínicas tengan psiquiatras a sueldo para hacer informes de cuyos
resultados dependen los ingresos del centro, pero la ley no prohíbe
explícitamente esta opción, «ergo», la consiente, y aquí empieza a abonarse
un terreno lleno de suspicacias, cuando no de ilegalidades.
Siete meses de pesadilla
Da fe de ello Jaime Cañellas, un psiquiatra que tras trabajar siete meses,
entre 2004 y 2005, en una clínica abortista de Gerona —que tiene también
sedes en Barcelona y Palma de Mallorca, pero que no está vinculada a Morín—
se fue horrorizado de lo que vio. La clínica le fichó mediante un contrato
mercantil, él acudía a trabajar un día a la semana, dos horas, y cobraba 17
euros por cada informe que realizaba. A los tres meses, presenció tantas
irregularidades que ya empezó a pensar en tomar la salida.
Según explicó a ABC, él, como el resto de psiquiatras a sueldo del centro,
recibían coacciones y presiones de los propietarios de la clínica para que
avalaran con sus informes los abortos. Incluso le ponían sobre la mesa un
texto de informe «estandarizado» —«La mujer presenta un cuadro...»—, en el
que sólo quedaba por poner el nombre de la paciente y su firma como
especialista. «Yo me quejé. Les comenté que eran informes poco específicos.
Pero a ellos sólo les importaba maximizar los beneficios», explica. De
buenas a primeras, comenzó a recibir broncas de sus jefes por su «exceso» de
celo profesional, que a veces se traducían en informes manuscritos que él
añadía al texto fórmula, y por enviar a mujeres a casa tras disuadirlas de
abortar. «Me gané la fama de disidente y cada vez me dejaban visitar a menos
mujeres», afirma Cañellas, quien ilustra su queja con un ejemplo
descorazonador.
«Algo podrás encontrar»
«Un día —relata— me vino una mujer embarazada de siete meses diciendo que
quería abortar porque su marido la presionaba a que lo hiciera. La había
sentenciado con un ultimátum: “O abortas o te dejo”. La mujer no sufría
ningún trastorno grave, más allá de su lógica preocupación, y le dije que lo
meditara. Incluso le comenté si no sería mejor que dejara a su marido...».
Finalmente, la mujer se marchó a casa y a Cañellas le cayó otra bronca. Uno
de los propietarios de la clínica le espetó: «Ya que ha venido, apriétala
para que aborte». Y a renglón seguido otras lindezas como «pues algo tiene
qué tener la mujer» o «algo podrás encontrar, está deprimida».
Cañellas se fue de la clínica en 2005 mordiéndose la lengua, pero finalmente
se decidió a explicar públicamente su caso en junio de 2006. Fue entonces
cuando el Partido Social Europeo presentó ante la Guardia Civil un escrito
en el que denunciaba, entre otras cosas, que habían llegado a su poder
certificados de psiquiatras que trabajaban para la clínica donde había
estado Cañellas firmados en blanco y sin el nombre del paciente. Uno de
estos certificados llevaba la firma, falsificada, de Cañellas. El caso sigue
sin esclarecerse.
A raíz de esta revelación, este psiquiatra estalló y denunció su historia.
Lo hizo en algunos medios de comunicación, que no en los juzgados, porque no
se ve capaz de enfrentarse cual «quijote» contra las clínicas y «porque las
irregularidades que vio son muy difíciles de demostrar».
La Generalitat no vio nada
A la postre, sus críticas sí llegaron a oídos de la Generalitat, pero la
respuesta que allí encontró fue aún más desalentadora. El pasado febrero, le
citaron a declarar ante unos inspectores del Departamento de Salud, que le
sometieron a un interrogatorio «como si yo fuera el culpable.». Luego, meses
después, la Generalitat le respondió que habían inspeccionado la clínica y
no habían hallado ninguna irregularidad.
Desengañado y rendido, Cañellas sigue ahora trabajando en su consultorio
privado; ya ni se plantea volver a estar en una clínica abortista. Al menos,
avista un futuro más esperanzador después de que lo sucedido con Morín haya
abierto los ojos a muchos.
LA GACETA: LOS INSTRUMENTOS DEL DR.
MORIN
El triturador usado en las clínicas
de Barcelona es el mismo que se utiliza para eliminar los desperdicios en
mataderos y pescaderías
Santiago Mata
Madrid. El modelo STR-2000 es un triturador industrial de
gran utilidad en los lugares en que es necesario eliminar grandes cantidades
de desperdicios en la alimentación”.
“En los mataderos, pescaderías, fábricas de conserva y mercados de todo
tipo, se depositan grandes cantidades de residuos de materias orgánicas que
producen malos olores y originan trabajo y preocupación de su transporte a
los vertederos y medios de limpieza”.
“Con la instalación del triturador STR-2000 en cualquiera de estos casos,
se consigue eliminar todos los desperdicios en el momento en que se
producen, sin necesidad de envasarlos y transportarlo, consiguiendo de este
modo un ahorro considerable de la mano de obra”.
“El aparato puede adaptarse sin ninguna dificultad a cualquier voltaje de
energía eléctrica”. Además cuenta con un elemento de seguridad “que se
dispara automáticamente en cuanto se somete a un esfuerzo anormal producido
por cualquier tipo de producto inadecuado”.
Quizá la empresa Guipuzcuana no sabía para qué podían necesitar dos
trituradores dos de las clínicas barcelonesas del doctor Carlos Morín
especializadas en abortos ilegales. Según el testimonio de la testigo
protegida en este caso, emitido por Intereconomía TV el pasado martes.
Uno de ellos estaba en la planta baja de la clínica TCB, bajo un lavabo al
que se accedía por una puerta detrás de la mesa de recepción. El otro estaba
en un patio exterior al lado de la sala de espera de la clínica Ginemedex.
Prueba de la profusión con que se usaban —según la testigo las clínicas
recibían al menos 15 llamadas semanales para realizar abortos de más de 24
semanas de gestación— es la petición cursada a STR-2000 en agosto de 2005
para que enviaran a TCB dos nuevas juntas de triturador.
Quienes han investigado la “basura” de las clínicas abortistas (la
madrileña Isadora fue investigada en el pasado mes de marzo por arrojar
restos de fetos a la basura ordinaria) se sorprendían de la falta de restos
orgánicos en las de Morín. Ahora ya saben el por qué: los fetos de gran
tamaño salían al exterior por los desagües ordinarios, previamente
triturados gracias a la eficacia de las máquinas de STR-2000.
Los desechos del aborto
Un reportaje de la TV danesa DR1 emitido a finales del mes de octubre de
2006 terminó con el negocio de los abortos ilegales durante un par de meses:
Morín decidió suspenderlos y desmontar los dos trituradores. Pero el
descenso de ingresos, y la mitigación de la polémica —no podía ser menos,
pues llevaba “trabajando” en su especialidad en esas clínicas desde 2002 sin
ser molestado (estuvo en la cárcel en 1989)—, le hizo reconsiderar la
cuestión y volvió a los abortos de fetos de gran tamaño en enero de 2007.
El doctor Morín volvió a instalar un triturador en Ginemedex, pero en TCB
hubo que recurrir a descuartizar manualmente los fetos y camuflarlos en los
contenedores a los que se arrojan los restos de abortos legales. Como la Ley
del Aborto no regula qué hacer con los restos, se recurre a incinerarlos
como si fueran residuos orgánicos procedentes de la actividad de una clínica
“normal”.
Para algunos el drama del aborto quizá no sea más que una cuestión de
residuos mal gestionados. Cuanto más pequeños, mejor, en este caso, y de ahí
que prefieran que la ley les garantice inmunidad hasta cierto plazo de
tiempo... que no exija usar triturador. Por lo que hace en eficacia para
incinerar, la historia del siglo pasado proporciona experiencias más que
suficientes.
Descubren en las clínicas
abortivas trituradoras de fetos conectadas a desagües
La Guardia Civil se ha incautado de abundante
documentación en las clínicas investigadas
ELENA CARRERAS
Un día después del inicio de la operación policial y judicial contra
cuatro clínicas de Barcelona acusadas de practicar de forma reiterada
abortos ilegales, que se salda de momento con seis detenidos, la
investigación de este caso, que lidera la Guardia Civil bajo las órdenes
del Juzgado de instrucción 33 de la capital catalana y la Fiscalía, sigue
abierta y asoman, entre el silencio impuesto por el sumario, algunos
detalles terribles.
Fuentes cercanas al caso aseguran a ABC que durante los registros
practicados anteayer a las cuatro clínicas implicadas -Ginemedex,
Barnamedic, Emece y TCB-, que no han sido de momento cerradas, se hallaron
máquinas trituradoras de fetos conectadas a los desagües, motivo por el
cual se analizaran dichas tuberías para intentar hallar restos de ADN. En
concreto, según estas fuentes, se encontró una máquina trituradora en la
Clínica Ginemedex y los restos de la instalación de otra en otra clínica,
TCB. Estas máquinas trituran los fetos-bebés de grandes dimensiones y los
reducen a una pasta que luego presuntamente se hacía desaparecer por un
desagüe. Así, se borraba la «prueba del delito» y se evitaba la obligación
legal de llevar estos «residuos orgánicos reconocibles» a incinerar.
Penas más altas
Los seis detenidos por esta operación, al frente de los cuales está el
doctor Carlos Morín como responsable máximo de tres de las clínicas
investigadas -Ginemedex, TCB, Barnamedic-, y vinculado a Emece, seguían
ayer detenidos en las dependencias de la Guardia Civil de Barcelona.
Pasarán a disposición judicial entre hoy y mañana. No se descarta que en
un futuro haya más detenidos, que los registros se extiendan a otras
clínicas de España, como la que el propio Morín tiene en Madrid,
ClinicalBCM, y que se acabe por imputar a mujeres que accedieron a abortar
de manera ilegal.
La juez que instruye el caso ve indicios para imputar a los seis detenidos
un delito de asociación ilícita -que conlleva penas de hasta cuatro años
de cárcel-, además del de aborto ilegal, falsedad documental e intrusismo
profesional, según consta en el auto de entrada y registro de las clínicas
y del domicilio de Morín que fue ejecutado anteayer.
Además de Morín, entre los detenidos, cuya identidad no ha trascendido
oficialmente, está su mujer, María Luisa Durán Salmerón, que gestionaba la
clínica TCB, y el doctor Pedro Ávila, de origen cubano, que según pudo
saber ABC ejercía de anestesista sin tener ésta titulación.
En cuanto a la posible imputación por asociación delictiva, abonaría esta
teoría los resultados de las pesquisas realizadas, mediante «pinchazos»
telefónicos por la Benemérita. Así, por ejemplo, en el caso de la Clínica
Emece, cuyo máximo responsable no es Morín, se sospecha de que alguien de
este centro «trabajaba» para proporcionarle a él clientes.
Por otra parte, las reacciones a este caso se suceden. La Generalitat
intentó justificar su triste papel, después de que las inspecciones a
algunas de las clínicas investigadas que realizó se cerraran sólo con
multas de 3.000 euros por «irregularidades administrativas». La portavoz
del Gobierno catalán, Aurora Massip, aseguró que no tienen «más potestades»
que las que ya ejercieron.
Finalmente, el sindicato CC.OO. pidió la libertad de los seis detenidos y
exigió una nueva ley del aborto «que respete el derecho de las mujeres a
decidir sobre su propio cuerpo».
Una experta afirma que el 90% de abortos practicados en Cataluña
rozan la ilegalidad
J. G.
BARCELONA. El 90% de los abortos practicados en Cataluña rozan la «ilegalidad»,
según denunció ayer la catedrática de Derecho Penal de la Universitat de
Barcelona (UB) Mirentxu Corcoy durante la presentación de un informe del
Observatorio de Bioética y Derecho (OBD) de la Universidad de Barcelona
(UB) para regular la objeción de conciencia en el ámbito sanitario.
Según Corcoy, sólo el 3% de las 21.976 interrupciones de embarazos que se
practicaron en Cataluña en 2006 tuvieron lugar en los hospitales públicos
y alegando los supuestos de violación y malformación del feto, que
establece la legislación española. Por contra, el resto de las
interrupciones voluntarias del embarazo tienen lugar en clínicas privadas.
En su mayoría, se trata de madres que se acogen al tercer supuesto de la
ley, que permite abortar en cualquier momento de la gestación para evitar
un «grave perjuicio» físico o psíquico para la salud del bebé o la madre.
En este sentido, la experta señaló que la práctica abortista en las
clínicas privadas roza el «límite de la legalidad» al «llamar enfermedad
psíquica al agobio», según Corcoy. «No existe tal enfermedad», sentenció.
Provocar abortos a los siete meses: decapitaciones e inyecciones
letales
DOMINGO PÉREZ
MADRID. El caso de las clínicas privadas que practicaban abortos ilegales
en Barcelona ha destapado una triste realidad. En España, amparados en una
ley-máscara que permite abortar en cualquier momento de la gestación para
preservar la salud física o psíquica de la madre, se practican
interrupciones voluntarias de embarazos en estadios muy avanzados de
gestación.
Un reportaje, realizado con cámara oculta por la televisión danesa,
mostraba cómo el ginecólogo Morín aceptaba realizar un aborto de 30
semanas y explicaba a la madre el método que iba a utilizar: «Le ponemos
un tóxico en el corazón que le produce la muerte inmediata. Cuesta 4.000
euros». Sin embargo, Morín pudo haber sido mucho más explícito al detallar
los métodos que se utilizan.
Le cortan la cabeza
Un feto de 30 semanas casi ya es un bebé. Mide unos 28 centímetros, pesa
1,3 kilos. La piel es más gruesa y más rosada. Se produce un aumento de
las conexiones entre las células nerviosas del cerebro. A partir de este
estadio, el desarrollo se centra en el crecimiento. Es más, casi todos los
bebés que nacen en este periodo sobreviven con ayuda médica. Son
puntualizaciones vitales. Detalles que vienen al caso porque, como explica
el portavoz de la Asociación de Médicos Cristianos de Cataluña: «Con 30
semanas o más, para abortar hay que inducir al parto. El niño tiene que
nacer».
Y
desgrana los brutales procesos que se siguen. Básicamente dos. «Uno de
ellos -explica- es el que se denomina
«aborto de nacimiento parcial». Se le pone a la madre un gotero
con oxitocina para provocar el parto. Al bebé se le suele poner también
una inyección en la fontanela (hueso aún no formado del cráneo) con algún
tipo de calmante, siempre barato porque en estas clínicas prima la
rentabilidad económica, para que no se mueva el bebé, para que la madre no
lo note. El parto prosigue su pasos y cuando sale la cabeza se decapita.
Así, sin más». Otra variante apunta a que al sacar la cabeza se insertan
unas tijeras en la región occipital del bebé, después se abren para
agrandar el agujero. Se introduce un catéter en el orificio, a través del
cual se vacía el cerebro por succión y finalmente se extrae la cabeza del
útero... El doctor que explica todo el proceso se pregunta: «¿Qué
diferencia hay entre este tipo de aborto y un infanticidio?»
La otra práctica a la que se refería Morín no es menos cruel. «Como en el
caso anterior se provoca el parto. En un momento dado, por medio de una
ecografía, se localiza un vaso sanguíneo del feto -casi nunca el corazón-
y vía canal de parto le inyectan digoxina. Es un medicamento que se
utiliza en personas mayores porque ayuda a que el corazón funcione mejor y
controla las arritmias. Sin embargo, en un feto es letal. Una vez muerto,
se extrae». En ocasiones -según explican los especialistas- el parto no
evoluciona correctamente y entonces se suele practicar una cesárea, se
extrae el feto y ya fuera se opta o por la decapitación o por la inyección
letal.
La tercera forma de acabar con la vida de los fetos-bebé cuando el estado
de gestación es muy avanzado son las inyecciones de prostaglandinas. Es
esta una forma más reciente de practicar abortos, que se ha puesto
bastante de moda. Utiliza unos potentes productos químicos que provocan
fortísimas contracciones que hacen que el útero acabe expulsando al bebé.
Las contracciones son tan intensas que se ha dado el caso de criaturas
amputadas por su efecto. A veces, el bebé nace vivo -continúan relatando-.
Se trata de una «complicación» en el argot abortista, que se soluciona
siguiendo lo relatado en el primer y segundo caso.
La brutalidad de las clínicas no concluye con el aborto. Hay que
deshacerse de un cuerpo humano de cierto tamaño. Entran en acción
trituradoras e incineradoras o empresas especializadas en recoger y, en
teoría, deshacerse de los restos. Aunque, como apuntan desde Médicos
Cristianos, «tenemos la certidumbre (y pruebas) de que en muchas ocasiones
los cadáveres acaban en laboratorios para fabricar productos cosméticos».
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que supone un aborto recomendamos visionar el DVD NO MIRES PARA OTRO LADO
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La barbarie silenciosa (el aborto libre
en España)
TERCERA. JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS. Director de ABC
Los decapitan, les succionan la masa cerebral, les inyectan líquidos
letales y, tras descuartizarlos, introducen sus despojos en una trituradora
conectada a los desagües y esa vida arrasada bárbaramente queda sin rastro.
Así se practican abortos en unas
clínicas de Barcelona a criaturas prácticamente a término -siete y ocho meses
de gestación- y a otras cuyo derecho a vivir, aun no siendo viables fuera del
claustro materno, está amparado por el artículo 15 de la Constitución española
y por una ley natural inderogable y de vigencia universal.
En España -hay que afirmarlo desde el más básico conocimiento jurídico-
abortar es delito. La ley de 1985 sólo -y ya es demasiado- despenalizó unos
determinados supuestos. El tercero de ellos -riesgo real para la vida o la
salud de la embarazada- ampara más del 97 por ciento de los abortos que se
practican. Es obvio que se trata de un fraude de ley de proporciones
incalculables y que, de hecho, está permitiendo que Cataluña en particular y
España en general se hayan convertido en un macabro paraíso abortista al que
acuden en sangrienta peregrinación miles de extranjeras en cuyos países de
origen las leyes no son -como aquí ocurre- meros ornamentos legislativos.
Como bien recordaba el pasado viernes un lector de ABC, Julián Marías
consideró la aceptación social del aborto como «el máximo desprecio de la vida
humana en toda la historia conocida, y a la vez la negación de la condición
personal». Así es. Una destructiva mentalidad sedicentemente liberal y
progresista está usurpando el inicio de la vida y su final -mediante el aborto
y la eutanasia activa- a sus propios titulares, imponiendo una abominable
cultura de la muerte. Ni existe un derecho de la mujer a su propio cuerpo para
deshacerse de la vida que ella en un acto voluntario -sea o no imprudente, esa
es otra cuestión- ha creado, ni tampoco se da facultad por parte de nadie para
acortar de manera activa la vida de un enfermo o de un anciano aunque la
esperanza de supervivencia haya desaparecido o resulte del todo improbable.
Hay tramos de la existencia -la inicial y la terminal- a los que hay que
aproximarse con un respeto ignífugo frente a las llamaradas insensibles que
para, hipócritamente, superar la barbarie silenciosa descubierta ahora en
Barcelona proponen una nueva ley de plazos que nos conduciría, ya sin
eufemismos, a un sistema de aborto libre.
La circunloquialmente denominada «interrupción voluntaria del embarazo» es,
hoy por hoy, o sigue siéndolo, motivo de abierto debate en todas las
sociedades conscientes de la necesidad de preservar determinados valores
cívicos. No es una estratagema «conservadora», como con manifiesta indigencia
ética se trata de relativizar este asunto; tampoco la oposición al aborto es
una imposición moral de carácter confesional -en este caso del catolicismo y,
en general, del cristianismo-, y mucho menos se trata de una incomprensión
inhumana hacia muchos dramas personales y familiares que conducen a mujeres
indefensas, engañadas, solas y abandonadas a esas clínicas de exterminio. Lo
que se dilucida con el debate sobre el aborto es el modelo de sociedad y de
convivencia que queremos construir; cuáles son los valores que debemos
proteger mediante leyes justas y morales y qué medidas deben adoptarse para
que el aborto no se convierta -como ahora ocurre- en una brutalidad de
perfiles tan repugnantes que muchos medios de comunicación y la mayoría de los
ciudadanos prefieren eludir para no enfrentarse a esa realidad que desafía a
la conciencia colectiva.
Nada de lo que estamos conociendo tiene sentido social ni moral cuando existen
medios anticonceptivos no abortivos para evitar la fecundación y cuando en
España se mantiene una demanda abundante y constante de adopciones. Habrá,
pues, que informar masivamente para evitar los embarazos indeseados y ofrecer
métodos de barrera -desde luego nunca abortivos- cuyo coste sea mínimo o, a
ser posible, gratuito. Y habrá que reconducir las peticiones de adopción,
ahora dirigidas a terceros países, para facilitarla en España, aunque ello
conlleve circunstancias emocionalmente más duras para la madre biológica y los
padres adoptivos. Y habrá que invertir cuanto dinero sea necesario en una y
otra iniciativa para evitar la lacra del aborto libre que -se admita o no- se
ha instalado al amparo de un supuesto de despenalización que se ha comportado
como cobertura para perpetrar demasiados desafueros.
Y habrá que aplicar la ley, lo que ahora no se hace. Hacerlo corresponde al
Estado y, en particular, a los tribunales, que requieren de la alerta
permanente de las fuerzas y los cuerpos de seguridad -tanto centrales como
autonómicos-, pero también de los colectivos implicados, especialmente el de
los médicos, que con aplastante mayoría se comportan conforme a las exigencias
de su juramento hipocrático y se amparan masivamente en la objeción de
conciencia. La práctica del aborto se ha convertido, además, no sólo en una
inmoralidad ontológica, sino también en un pingüe negocio. En las clínicas de
exterminio desmanteladas en Barcelona, la tarifa que habían de abonar las
embarazadas por deshacerse de su criatura aumentaba al mismo ritmo que el
tiempo de gestación: feto de seis meses, seis mil euros; de siete meses, siete
mil euros; y de ocho meses -sí, de ocho meses-, ocho mil euros. Se calculaba,
al parecer, el trabajo de la trituradora y, seguramente, el esfuerzo del
verdugo cuando decapitaba a su víctima. Verdaderamente repugnante. Y
sorprendente que la finísima piel de tantos colectivos cívicos se motee con
urticarias por atentados ecológicos, culturales o sexuales y, en cambio, su
epidermis parezca paquidérmica cuando ahí al lado, en la zona alta de la
Ciudad Condal, y en tantas otras, se perpetra una barbarie que requeriría de
un Truman Capote redivivo para relatarla con el énfasis de su legendario «A
sangre fría».
No recurramos como paliativo a esta imperturbabilidad mediática y social ante
estos crímenes a la perplejidad que causan o la atribución del ánimo
escandalizado a una pulsión confesional. No hablamos de creencias -que también
vendrían al caso-, sino de decencias; no hablamos de moral religiosa, sino de
conciencia cívica; no escapemos de este macabro asunto por el portillo del
drama personal de las embarazadas que abortan, porque de lo que estamos
hablando es de los carniceros que las explotan y de la inacción con la que se
olvida a las madres y la impunidad con la que actúan los victimarios.
España -recordaba en estas páginas el Secretario de Estado del Vaticano,
Tarsicio Bertone, hace unas semanas- ha sido un «faro de civilidad» por los
valores que, como sociedad, ha sabido proteger y aprehender en su convivencia.
Los estamos perdiendo a una velocidad suicida y necesitamos una reposición de
nuestra identidad colectiva con más urgencia que nunca. El vanguardismo
relativista y permisivo en que en estos años nos hemos enfangado no sólo merma
nuestro crédito de solvencia común, sino que, además, nos comienza a restar
autoestima. Los crímenes abortistas de Barcelona tendrían que constituir un
aldabonazo en la conciencia social porque la brutalidad y vesania de esos
carniceros no deja de ser un signo del despiadado momento en el que discurre
nuestro convivir.
El aborto, un fracaso colectivo
EDITORIAL.
MERECEN una profunda reflexión los datos sobre la práctica del aborto en
España que hoy publica ABC. La expectativa de que en España pueda cerrarse el
año con una cifra próxima a los 110.000 abortos, con un incremento estimado
del 17 por ciento respecto al año anterior, demuestra una progresiva y
preocupante aceleración de esta dramática estadística. A este ritmo, pronto
habrá más del doble del número registrado hace diez años. Las cifras crecen en
todas las comunidades autónomas, aunque se percibe una concentración de estas
prácticas especialmente en Cataluña y también en Andalucía, Comunidad
Valenciana, Madrid y Aragón. Es muy preocupante el crecimiento a ritmo
acelerado en la franja de edad entre 15 y 19 años, es decir, mujeres que se
encuentran en la adolescencia y la primera juventud. La introducción en su día
de los tres supuestos de despenalización en el Código Penal, matizados por la
sentencia del Tribunal Constitucional, parece ya superada por la realidad
social. Es fácil constatar que muchas prácticas abortivas se desarrollan al
margen de la ley, incluso en su interpretación más amplia posible. Como ocurre
con alguna frecuencia en determinados indicadores sensibles de nuestra
sociedad, hemos pasado de un extremo a otro: el escándalo de las clínicas de
Barcelona ha destapado la existencia de verdaderas atrocidades, a la vez que
se constata que España es hoy día el destino de muchas mujeres que no pueden
abortar legalmente en su país de origen.
La rigidez en la aplicación de la ley y la «tolerancia cero» que el Gobierno
impone en materias como el tabaco o la seguridad vial, parecen convertirse en
permisividad absoluta cuando se trata del aborto. Miles de seres humanos no
llegan a nacer a la vida extrauterina por causa de una legislación que se
aplica de forma laxa y, en algunos casos, con un incumplimiento flagrante de
los requisitos exigidos. El aborto no es moderno ni progresista, sino un
reflejo del fracaso de los principios morales que vertebran la convivencia. La
situación es peor todavía si no se cumplen las reglas que impone el
ordenamiento jurídico y si las mujeres más indefensas son víctimas de
desaprensivos que explotan esa debilidad para enriquecerse con negocios
turbios. Los poderes públicos no pueden mirar para otro lado en un asunto de
tanta gravedad. Como mínimo, es imprescindible una investigación eficaz sobre
todos los casos que no se ajusten a la despenalización limitada que establece
el Código Penal. Más allá del derecho vigente, la sociedad española debe
iniciar un periodo de reflexión a la vista de los datos que hoy ofrece ABC.
Una sociedad que presume de moderna y desarrollada no puede ser indiferente
ante la extensión de este drama personal y colectivo.
España se acerca a los 110.000 abortos
provocados en el último año
Las interrupciones voluntarias del embarazo (IVE) en las cuatro principales
comunidades autónomas (Andalucía, Cataluña, Comunidad Valenciana y Madrid) han
aumentado más de un 19 por ciento en el último año. Y junto a Aragón, el
número de abortos supera los 75.000, según los datos oficiales de las
distintas regiones. Estas cinco comunidades suponen entre el 69 y el 70% del
total de abortos que se registran cada año en nuestro país, lo que significa
que, si extrapolamos los datos, en el último año (2006) se habrían producido
entre 108.000 y 109.000 interrupciones del embarazo en España, contra las
91.644 registradas en el año 2005. Si se confirman estas cifras, supondría un
incremento medio en todo el país de un 17%.
Todo indica que las nuevas cifras del Ministerio de Sanidad sobre IVE en
España superarán en cualquier caso y con claridad las 100.000 y serán más del
doble de las registradas hace sólo diez años, cuando se produjeron 51.002
abortos. Además, y pese a la provisionalidad de los datos, sí se puede
confirmar que sólo entre Andalucía, Cataluña, Comunidad Valenciana y Madrid
(al menos 72.893 abortos) suman más interrupciones de las producidas en toda
España hace sólo un lustro, cuando en 2001 la cifra alcanzó los 69.857. De
estas regiones, Cataluña es la que lleva una mayor velocidad, pues en el
último año (2005-2006) pasó de 16.905 abortos a 21.976, un 29,99 por ciento
más.
Extranjeras
El número de interrupciones voluntarias del embarazo en nuestro país aumenta
año tras año. Si por fortuna se estancase ese número por una vez, en cualquier
caso la cifra final superaría la barrera de los cien mil. A los 75.713
(redondeando Madrid en 22.200, según cifras oficiales), habría que añadir
27.719 del resto de comunidades, más ciudades autónomas y mujeres extranjeras
que viajan a España con el exclusivo afán de abortar. En total, se superan los
103.000. Esta última cifra debiera quedar (si se mantiene la progresión) entre
108.000 y 109.000, unas tres veces más que la vivida en 1990.
La situación con más detalle que se vive en las comunidades de Andalucía,
Aragón, Cataluña y Comunidad Valenciana, de las que tenemos un mayor número de
datos, es la siguiente:
Andalucía. En cinco años, de 11.697 abortos a 18.387. Un incremento en línea
con Cataluña, aunque por fortuna se ha detenido algo en el último año con
respecto a los anteriores. En lo que respecta a los grupos de menor edad, la
situación ha mejorado, ya que han quedado «congelados» los abortos de menores
de 15 años (115 por 112 en el último año) y en lo que respecta a las chicas de
15 a 19 años, con un ligero aumento (2.946 por 2.867). El problema es que las
interrupciones en chicas de esta edad son más del doble que hace diez años.
Aragón. Mucho más tranquila es su evolución, con respecto a Andalucía, al
pasar de 2.148 abortos a 2.820 entre 2001 y 2006, con un aumento medio en el
entorno del 6 por ciento anual. Similar a los andaluces en el grupo de edad
15-19 años, esta vez con retroceso (325 por 329 en el último año), pero un
incremento evidente entre las menores de 15 años, aunque son números muy
pequeños: de siete a once. Puede ser un ejemplo de lo que debe estar
sucediendo en algunas regiones de España, con cifras más calmadas que en
Cataluña y Madrid, pero...
Cataluña. Tremendo toque en el último año, con un aumento superior al 30 por
ciento, lo que supone 5.000 víctimas más entre 2005 y 2006, hasta acercarse a
las veintidós mil (21.976 por 16.905). En todos los órdenes, la situación en
Cataluña aparenta ser un caos total, con grave peligro para las menores de
edad, pues el caso de interrupciones entre las que aún no han cumplido los 15
años casi se duplica: 100 contra 52. Además, en el grupo de 15 a 19 años el
aumento es grave, pues pasan de 2.106 a 2.776. Habría que empezar a conocer de
que edad son las mujeres (en su inmensa mayoría, extranjeras) que se
sometieron a una interrupción voluntaria del embarazo en las clínicas ahora
investigadas por la Justicia.
Comunidad Valenciana. Recién inaugurados los siete mil abortos al año hace un
lustro, ya supera los diez mil, con especial incidencia en el último año, al
producirse un incremento superior al 10 por ciento. También difícil de
entender la evolución seguida por las menores de 15 años (aunque hablemos de
números menores), al pasar de 39 abortos a 54. También es significativo que
uno de cada dos interrupciones del embarazo se produjo en un centro público,
siempre según los datos oficiales.
Futuro incierto
Parece, y según se comprueba el ritmo creciente de cifras y estadísticas, que
en España el aborto no tiene posibilidad de un planteamiento nuevo. No se
detiene el incremento, ni siquiera entre las menores (un 33 por ciento más
entre las que no han cumplido los 15 años, de 210 a 280 y en el último año), y
en esa franja de los 15 años a los 19 es constante, con un 3 por ciento de
media, hasta superar los siete mil (7.416 en 2006).
«La sanidad pública descarga sobre la privada
los abortos que no están claros»
Josep Miró Ardèvol sostiene que sólo persigue el cumplimiento de la ley
TEXTO MARÍA JOSÉ FRANCO
BARCELONA. -¿El «caso Morín» es sólo la punta del iceberg de la realidad sobre
el aborto o la excepción a un buen cumplimiento general de la ley?
-Morín es un bloque grande del iceberg, pero aparte de sus clínicas, hay otras
que incumplen la ley. La mayoría de las interrupciones del embarazo en España
son ilegales, se hacen bajo el supuesto de enfermedad psíquica de la madre de
manera poco clara.
-¿En qué se basa para hacer esa afirmación?
-Sobre todo en dos cuestiones estadísticas: el número de abortos que los
centros públicos derivan hacia los privados, y la cantidad de mujeres que se
acogen al mencionado supuesto. Hay que añadir que las estadísticas no reflejan
el número real de abortos en España, puesto que no se sabe cuántos se
practican al margen de la ley.
-¿Por qué acuden las mujeres a los centros privados?
-En la sanidad pública sólo se hace el tres por ciento de los abortos, y casi
todos por el supuesto de malformaciones en el feto. La leyenda urbana dice que
se debe a la objeción de conciencia de los médicos. Radicalmente falso. No
puede haber en los hospitales públicos tanta concentración de médicos con
conciencia antiabortista.
-¿Cuál cree que es la razón, entonces?
-Hay algo común en todas las comunidades autónomas, y es que la sanidad
pública sólo hace los abortos que claramente se ajustan a la ley. Así, se
descargan de los problemas legales que pudieran surgir, y quedan para el
sistema privado, que además recibe subvenciones, los casos dudosos. Hay un
fraude de ley generalizado.
-Santiago Barambio, portavoz de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la
Interrupción del Embarazo (ACAI), que agrupa a 30 centros de España, ha
amenazado con un plante porque, tras estallar el «caso Morín», se sienten
acosados por los grupos católicos, incluido el que usted dirige, y denuncian
también el silencio de los políticos. Afirma que siempre están bajo sospecha.
-¿Acoso? Si es acoso pedir que se cumpla la ley... Lo que perseguimos es que
se restituya el imperio de la ley. Se precipita al decir eso, todavía no hay
acoso. Si hacen un plante y dejan de hacer abortos un tiempo, nosotros lo
celebraremos y sus cuentas corrientes sufrirán.
-E-Cristians ha pedido a la Consejería de Salud que haga más inspecciones a
las clínicas de la ACAI, porque creen que «hay indicios racionales de posibles
abortos ilegales». Que, por cierto, Geli ya ha respondido que no las hará.
-Los políticos los han encubierto hasta ahora, y cuando Geli dice que no
quiere revisar los expedientes de esos centros, sigue encubriéndolos.
-Si creen que practican abortos ilegales, ¿por qué no lo denuncian como en el
caso de Morín?
-No somos partidarios del activismo jurídico. Somos lentos. Han pasado dos
años desde que empezamos hasta que hemos presentado la querella contra Morín y
los que le acompañan, que además es extensiva a los responsables de Salud. Hay
que fundamentar las cosas.
-«Hacemos el trabajo que nadie quiere hacer y, encima, nos tratan como a
asesinos», se lamenta el portavoz de la ACAI.
-Defienden el derecho al aborto.
-No, lo hacen para ganar dinero. No han montado una cooperativa o una ONG,
sino empresas con ánimo de lucro. Mientras el aborto esté privatizado, existe
riesgo de ilegalidad. Es un escándalo que una actividad como ésta forme parte
de la economía de mercado y se ejerza mediante sociedades mercantiles. Tiene
que sacarse de la lógica del mercado, volver a la sanidad pública y bajo un
cumplimiento estricto de la ley. Un aborto es un hecho irreparable al que a
veces la mujer se enfrenta con grandes dudas.
-Están aprovechando este caso para hacer una campaña contra el aborto, les
acusan algunos.
-En todo caso, una reflexión, que en nuestro país todavía no se ha hecho.
¿Cómo se ha llegado al escándalo moral de Carlos Morín? Han sido necesarias
muchas complicidades durante mucho tiempo, una inhibición escandalosa, que
muchos hayan hecho la vista gorda.
-Políticos, autoridades sanitarias, gobiernos, colegio de médicos, medios de
comunicación... Hay otra cosa curiosa, en Cataluña, Hacienda ha hecho un
montón de peinados fiscales en diversos sectores, sobre todo en actividades
que se cree que pueden mover dinero negro. Bueno, pues nunca se han hecho a
las empresas de Morín, pese a sus desproporcionados signos externos de
riqueza. Tiene coches de lujo, una casa carísima, empresas de construcción...
-Habla de gobiernos que han hecho la vista gorda.
-Morín no ha construido su imperio abortista con el tripartito ni con
Rodríguez Zapatero, aunque haya gozado con ellos de un momento especialmente
favorable. Ha funcionado en el período de Jordi Pujol y con gobiernos del PP
en Madrid. Nadie movió un papel para modificar nada, para establecer
reglamentaciones. Ha habido un pecado de omisión.
-Usted fue consejero con Pujol.
-Sí, de Agricultura entre 1984 y 1990. La ley del aborto es del 85 y en los
primeros años era algo con escasa dimensión social. Quizá por eso no le presté
tanta atención; me ha ocurrido igual con otros asuntos.
-¿Le parece necesario que los medios de comunicación, al hablar de las
clínicas ahora investigadas, se extiendan en aspectos como las trituradoras de
fetos, cómo se extraen éstos, etcétera?
-Es fundamental porque el aborto, a fuerza de hacer de él bandera ideológica,
se ha convertido en una abstracción. Una mujer entra en una clínica y sale de
ella, y entre tanto no pasa nada. La pregunta sería a la inversa: si no se
cuenta lo que ocurre, ¿no estamos omitiendo detalles fundamentales sobre el
feto y sobre la mujer?
ACI Prensa"Coladero legal"
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