La verdad se escondía en la basura
POR DOMINGO PÉREZ
MADRID. Un reducido grupo de héroes anónimos, después de tres años siguiendo
el rastro sanguinolento, despiadado y descarado que algunos centros
especializados en interrupciones del embarazo arrojaban cada día a la basura,
han conseguido desvelar una realidad atroz. Han sido los «pepitos grillo» de
una sociedad que en la mayoría de los casos ha preferido girar la cabeza. Su
empeño ha puesto a las autoridades sobre la pista de un negocio que incumplía
sistemáticamente todas las normas higiénicas establecidas en el apartado de
desechos sanitarios y biológicos.
Además, alertaron sobre que en España el aborto en la práctica no sólo es
libre, sino que no tiene en cuenta los meses de gestación. Por dinero, y sólo
con un informe psiquiátrico, a menudo firmado en barbecho, que alegue peligro
para la salud psíquica de la madre, muchas clínicas acaban con la vida de
fetos de siete, ocho y hasta nueve meses de vida.
Su paciente y nausebunda recolecta, plasmada en numerosas denuncias
presentadas en juzgados tanto de Madrid como de Barcelona, ha llevado por el
momento a la cárcel a uno de los magnates del aborto en España, al doctor
Carlos Morín. Ha provocado el cierre de sus cuatro instalaciones en la Ciudad
Condal y de su sucursal en la capital, además de la suspensión cautelar de un
sexto local en la madrileña calle de Toledo que no tenía nada que ver con él.
Cabezas de niños
«Nadie puede explicar lo que se siente cuanto te encuentras una cabeza de
niño, o una manita, o una pierna. La rabia es incontenible», explica J., uno
de los buscadores de fetos.
Pues imagínense cuando ese horror te obligas tu mismo a presenciarlo dos o
tres veces por semana de una forma voluntaria y con un único objetivo:
denunciar el incumplimiento sistemático de la ley y los criminales tejemanejes
de las clínicas abortivas que en España, al amparo de un coladero legal, no
tienen ni reparos ni escrúpulos para acabar con la vida de niños que se
encuentra más allá de la vigésimo cuarta semana de gestación, bebés que de
nacer serían en casi todos los casos viables.
No son muchos. Un par de tipos valientes en Madrid, otro par de osados en
Barcelona. Al principio ni se conocían, pero acabaron creando la «Plataforma
la vida importa». Son gente normal. Un empresario, un médico, un abogado
pluriempleado al frente del Centro Jurídico Tomás Moro, que lleva tres años
sin vacaciones porque tiene que gastarlas en sus idas y venidas a los juzgados
para defender la causa que enarbolan.
Padres de familia casados, muy ocupados y que, sin embargo, sintieron en algún
momento un latigazo en la conciencia que les obligó a lanzarse a un loca
carrera en pos de una verdad incómoda.
Emprendieron un camino que les llevó a pasar muchas noches al raso, dejando a
sus seres queridos solos en casa. Y todos lo iniciaron por una mezcla de
curiosidad y responsabilidad moral.
«En Barcelona -recuerda uno de los buscadores- se hablaba mucho de que
aparecían fetos en la basura, de que si las clínicas los tiraban... Todo el
mundo suponía que era una leyenda urbana más, pero a mí me dio por querer
confirmarlo. Empecé a salir y ya ve lo que me encontré».
Animarse a realizar semejante labor no es fácil. Aprendieron a pertrecharse.
La primera vez salieron con unos guantes de cocina «robados» del fregadero de
casa. Pronto se dieron cuenta que había que comprar además batas médicas,
incluso mascarillas de laboratorio y, sobre todo, localizar un lugar donde
vaciar el contenido de las bolsas. Más aún cuando empezó a comprobarse la
naturaleza de su contenido.
Leyendas hechas realidad
En Madrid fue otra teórica leyenda urbana la que guió la busca a J. «Eran
noticias que venía de Estados Unidos y Rusia. Hablaban de que los centros
abortivos vendían los fetos a laboratorios para fabricar cosméticos. Te parece
imposible, pero a un amigo y mí nos picó la curiosidad. Hicimos noches y
noches guardias en el coche, como los policías yanquis, con café en un termo y
donuts. Hasta que un día lo vimos. Y no fue de noche. Era a plena luz del día.
A las once de la mañana, en una zona céntrica y recorriendo Madrid de punta a
punta. Localizamos la ruta. Dos días a la semana un camión de una empresa
especializada en transportes de residuos biológicos descargaba 20 ó 30 botes
de 25 kilos y cargaba otros tantos ya precintados y llenos. Los conducían a un
laboratorio que fabrica cosméticos. Alucinamos».
«El problema es que es muy difícil de demostrar -prosigue- que lo que iba
dentro de esos botes eran restos humanos y que esos fetos se utilizan para
hacer cremas. Pusimos una denuncia y en estos momentos se está investigando de
una forma más científica, con análisis clínicos de todo tipo y esperamos que
en breve se pueda seguir avanzando».
Dos grupos con inquietudes similares. La suerte, «Dios», asegura J., los unió.
En algún momento del periplo, los buscadores de fetos de Barcelona, también
tuvieron un encuentro feliz al localizar a los de Madrid. Dos equipos actuando
a menudo juntos, con los mismos objetivos, multiplicaron los resultados.
«El caso -recuerda J.- es que nos quedamos parados con lo de las cremas cuando
en una visita a Barcelona por motivos de trabajo contacté con la persona que
allí llevaba ya unos meses recopilando datos de entre las basuras. Su
experiencia me animó a hacer lo mismo en Madrid».
Lo que J. localizó casi en cada una de sus pesquisas es lo que en 2006, tras
ponerles él mismo en alerta, encontró el Seprona en las basuras de algunas
clínicas madrileñas, como Isadora, multitud de restos de placenta, de todo
tipo de pequeños miembros de niños e, incluso, como certificó un forense de La
Paz, algunos fetos de más de siete meses de gestación.
Lo que encontraron en Barcelona es lo que más tarde ha servido para cerrar las
clínicas de Morín. Todo apuntalado en madrugadas macabras recontando restos
humanos. Semanas de vigilancia nocturna, a las puertas de las clínicas, para
averiguar qué días y a qué horas se deshacían del producto de sus carnicerías.
Poniendo dinero de sus bolsillos. Cuando empezaron nunca imaginaron que iban a
toparse con un submundo tan espeluznante.
A lo más esperaban localizar algún medicamento prohibido, algún resto
biosanitario. Soñaban con encontrar alguna prueba que inculpase a los
abortista. Pero noche a noche sus descubrimientos resultaban más macabros, más
increíbles, más comprometedores.
Restos humanos a millares, placentas, sábanas quirúrgicas, guantes, gasas,
todo manchando de sangre e inmundicia. También pudieron recomponer historias
de cientos de mujeres que abortaron, con nombres, apellidos y precios. Porque
las clínicas también tiraban al cubo de los desperdicios los datos más
confidenciales de sus pacientes.
Tuvieron que aprender a interpretar lo que encontraban. Hablaron con
ginecólogos, se informaron, se convirtieron en expertos del análisis de la
basura abortiva. «Podemos decirte, según lo que encontramos, de qué semana de
gestación se trata». Distinguen lo que son unos pulmones de un simple resto de
placenta. Narran anécdotas que espeluznan con la tranquilidad del que ha
convivido con el horror: «Lo que muchas veces se les escapa y acaba en la
basura son las cabezas de los niños. A pesar de que son grandes, con el pelo y
la sangre las confunden con las pelotas que hacen con las sábanas y los
pañales».
Cabezas cortadas que les permitieron confirmar que en los abortos de más de 20
semanas, se decapitaba a los niños. «Aunque en eso -aclaran- cada médico tiene
sus gustos. Unos las cortan, otros pinchan con una lanceta el corazón, otros
los asfixian...».
¿Recién nacidos? Sí porque también descubrieron en las bolsas miles de cajas y
restos de medicamentos para ayudar a provocar partos. ¿Qué hacían en esas
basuras medicinas propias de una maternidad? «Eso nos lo descubrió el doctor
Simón, de la asociación Médicos Cristianos. A partir del sexto mes de
gestación no se puede matar al niño con los métodos convencionales, hay que
provocar un parto y una vez fuera acabar con él». Auténticos infanticidios.
Dato que les sirvió para aclarar otra de las incógnitas de sus
descubrimientos: «Entendimos por fin por qué había en los cubos tantos pañales
con excrementos. Cuando se provoca un parto a la mujer se le pone una lavativa
previa. Así que por cada pañal con excrementos, un aborto de al menos seis
meses».
Doble contabilidad
Igualmente por cada sábana quirúrgica manchada de sangre, otro aborto, por
cada dos pares de guantes, otro... Eso les dio una idea: llevar una
contabilidad de los abortos que se practicaban. Limitaron su seguimiento a un
par de clínicas en Madrid. Durante varios meses se centraron en esa actividad:
recogida rutinaria un par de días a la semana de las basuras de las mismas
clínicas, recuento -«siempre tirando a la baja», recalcan- del número de
abortos practicados y extrapolación de esos datos al conjunto del año.
«Con los primeros números especulamos con que podría llegar a haber un desfase
de hasta un 30% entre los abortos declarados oficialmente por las clínicas y
los que realmente se practicaban. Pero cuando llegaron las cifras oficiales
comprobamos que en una la desviación era del 70% y en la otra del 80%. Si eso
se repetía en toda España y, nos tememos que es así, estaríamos hablando de
que en lugar de los casi 100.000 abortos declarados en 2005 se estarían
realizando de 170 a 180.000 reales. Vamos, hablamos de un asombroso mercado
negro de abortos».
Bernat Soria cree que hablar del aborto ilegal es «volver a la
Inquisición»
S. N.
ALCOY. Los presuntos delitos cometidos en clínicas abortistas de Barcelona y
Madrid no parecen inquietar al ministro de Sanidad, Bernat Soria, lo más
mínimo. Al contrario, lo que le molesta, según pudo comprobarse ayer en una
entrevista radiofónica, es que se hable del asunto, y más aún, que se le
pregunte por él. De esta manera, el ministro Soria no sólo no criticó o
denunció públicamente las irregularidades cometidas, ni lamentó los hechos
dantescos que se están conociendo, sino que arremetió contra los que están
sacando a la luz la información, a los que comparó con la Inquisición.
Soria, que será número uno en la candidatura del PSOE por Alicante en las
elecciones generales del 9 de marzo, señaló en Radio Alcoy que el debate sobre
el aborto en España es ficticio: «Es un debate ya resuelto en España. No
podemos volver a los tiempos de la Inquisición, volver a 500 ó 300 años atrás.
El país que inventó la Inquisición parece que no quiere olvidarse de ella. No
puede ser que haya un 5 o un 6 por ciento de personas que quieran ser los
inquisidores del resto».
De las trituradoras de fetos, del cierre de clínicas por presuntas
irregularidades y de los informes firmados pero con la casilla de la
embarazada en blanco y con la del «riesgo para la madre» ya marcado no dijo ni
media palabra.
Y rápidamente desvió la cuestión al plan bucodental infantil, con el que, sin
duda, se siente mucho más cómodo. Así, volvió a prometer que los niños y
ancianos tendrían en 2008 dentista gratuito; defendió las desaladoras; aseguró
que los jóvenes alcoyanos tendrían casa para poder independizarse; cantó las
alabanzas de los calzados, juguetes y fabricaciones textiles de la zona y
acabó dando la gran noticia que toda la comarca aguardaba: «Estoy en
condiciones de confirmar que este año no faltaré a la fiesta de Moros y
Cristianos».
Tan sólo un día antes, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez
Zapatero, a preguntas de periodistas se limitó a señalar que «la Fiscalía
cumplirá con su papel para que se respete la legalidad en este campo».
«Siempre que estemos ante posibles interrupciones voluntarias del embarazo que
no respeten la legalidad, estamos ante supuestos delictivos», indicó.
La vicepresidenta primera, De la Vega, también reconoció fallos en los
controles, aunque descartó promover una reforma de la legislación vigente
sobre la regulación del aborto.
Morín hizo desaparecer toneladas de restos de fetos con su trituradora
D. P.
MADRID. Los buscadores de fetos andaban locos con una de las clínicas de Morín
que tenían bajo vigilancia. «En las basuras del centro TBC -recuerdan
crudamente- no aparecían nunca restos humanos. Hasta a las más cuidadosas se
les escapaba algo en la basura, una manita, un costillar, algo, pero en esa
nunca».
Sin embargo, había todas las demás pruebas de que allí se realizaban
interrupciones de más de 20 semanas: pañales con excrementos, medicamentos
para provocar partos, etc.
La clave del misterio la aportó la propia basura. En los cientos de papeles
que se recuperaban localizaron un albarán por el que se confirmaba un pedido
de dos juntas de triturador «que serán pagadas a su entrega». Venía el nombre
de la máquina, una STR2000.
Tan macabra herramienta es una de las piezas claves en la investigación
judicial. La Guardia Civil ha recogido muestras de ADN, que ha analizado para
cotejar con las pacientes de la clínica.
ABC se puso en contacto con un técnico especializado en el mantenimiento de
este tipo de maquinarias: «La STR2000 es una aparato industrial, se utiliza en
grandes supermercados, en cocinas de hoteles incluso en mataderos. Es capaz de
triturar hasta 400 kilos de carne en una hora. Todo lo que machaca lo expulsa
por el desagüe». Adiós fetos, adiós niños, adiós pruebas.
La incógnita era saber cuánto tiempo aguanta normalmente una junta como las
que Morín tuvo que cambiar: «No menos de un año y dándole bastante caña al
aparato». Sólo pensar en las consecuencias de esa respuesta del técnico asusta
y marea: ¿Cuántas toneladas de restos humanos trituró Morín?
Si las basuras de TBC eran pobres en restos humanos se convirtieron en un
botín en los papeles. Documentos, borradores, anotaciones que iban aclarando
poco a poco el funcionamiento de los centros.
Así se comprobó cómo cada noche se tiraban a la basura los informes
psicológicos firmados por el psiquiatra de turno y con la fecha del día, pero
con el nombre de la madre en blanco. Eso hizo sospechar que los psiquiatras
firmaban sus informes para justificar todo tipo de abortos y en cualquier
momento sin realizar la revisión oportuna. ABC ha tenido acceso a varios de
esos informes firmados en blanco en la clínica Aragó de Gerona por dos médicos
psiquiatras diferentes. El doctor L.P.A., rubricaba el 28 de octubre de 2005,
y el doctor J.C.G., el 29 de junio del mismo año, dos informes idénticos,
escritos con las mismas palabras y en los que al lado de «La senyora» no había
ningún nombre. Se supo que los médicos iban a comisión, unos 30 euros por cada
mujer, y que la empresa les forzaba para que «ninguna paciente que llegara se
les escapara. Si vienen que aborten», le dijeron a un psicólogo posteriormente
arrepentido y que fue despedido por su «poco celo».
También se descubrió lo que las clientas pagaban por sus abortos y lo que los
médicos recibían por practicarlos. Los papeles nos cuentan que un aborto de
entre 13 y 15 semanas venía a salir por 378 euros (258 por la intervención y
120 por la anestesia). Sin embargo, según pasaban las semanas todo se
encarecía. A Emma, de 20 años, la pidieron 3.200 euros cuando se informó la
primera vez y llevaba 26 semanas embarazada. Cuando se decidió a abortar, tres
semanas después, tuvo que abonar 4.000 euros. Angia, una suiza que llevaba 23
semanas de gestación, pagó 3.500 euros, aparte de los gastos de hotel y avión,
porque la clínica Ginemedex, como otras, también actuaba de agencia de viajes.
Sin embargo, al doctor C., Morín sólo le pagaba 60 euros por cada «IVE en los
inicios», 70 por cada «IVE pequeña» y 90 cada «IVE grande». IVE son las
iniciales de Interrupción Voluntaria del Embarazo. El doctor C., en la semana
del 23 al 28 de abril de 2007 se embolsó 1.440 euros después de trabajar tres
días (martes, jueves y viernes) y completar dos abortos de inicios, 13
pequeños y seis grandes.
«Los grandes -explican los buscadores- en la clínica de la trituradora se
practicaban del siguiente modo: se provocaba el parto, cuando el niño salía se
le apretaba el cuello para evitar que gritara y que la madre lo oyera y medio
asfixiado se le arrojaba a la trituradora».
Editorial: El aborto y el falso «progresismo»
LAS primeras reacciones de los grupos proabortistas ante las informaciones
publicadas por ABC, en las que hemos dado cuenta de las atroces prácticas
homicidas utilizadas en diversos centros clausurados por orden judicial o
administrativa, han reincidido en el mismo discurso amoral y cínico que
impregna toda la ideología abortista. Nada más salir a la luz que estos
centros trituraban los cadáveres de los fetos, que mataban con pericia
carnicera a niños de ocho meses, ya en parte fuera del claustro materno, y que
los restos de esta barbarie aparecían en los cubos de basuras -como los que
rescataban los activistas provida a los que hoy dedica este periódico un
amplio reportaje-, los proabortistas han emprendido una réplica victimista y
falaz.
Ahora denuncian agresiones a empleados de estos centros -que, si son ciertas,
deben ser perseguidas como cualquier delito-, se alarman por una mano negra
clerical que no existe y se escudan en los «derechos de la mujer» para zanjar
cualquier voz discrepante. Incluso el ministro de Sanidad, Bernat Soria, se
permitió ayer comparar a los movimientos antiabortistas con la Inquisición, lo
que encierra una debilidad intelectual endémica, porque no es capaz de superar
la cuestión previa del debate: que el aborto es la muerte de un ser humano. La
ideología abortista elude el derecho del no nacido a la vida y se limita a
ensamblar reproches tópicos. Por eso, frente a las evidencias de que los
centros médicos clausurados practicaban abortos ilegales, con técnicas
horripilantes, los abortistas no han reaccionando con una mínima autocrítica,
sino atacando al mensajero y reclutando al progresismo con sus señuelos
habituales, como la Iglesia, la derecha y el sectarismo.
La defensa de la vida del no nacido no es una cuestión religiosa ni
partidista. Tampoco es una restricción para la libertad de las mujeres, aunque
el abortismo defienda la interrupción del embarazo como una «compensación» a
la carga de la maternidad. Es una cuestión de puro respeto al orden natural de
la vida humana, eso sí, hoy presionada por un ambiente dominado por un
nihilismo que le resta valor y que pretende promover una visión utilitarista
del hombre, bajo la apariencia siempre de un derecho subjetivo, sea el de la
mujer a abortar o el del enfermo o anciano a morir. En el aborto, la víctima
no presta consentimiento ni recibe el más mínimo amparo legal; tampoco hay
posibilidad jurídica de que el padre evite la muerte de su hijo no nacido
-pero si este nace deberá responder de su cuidado- y es el único caso de
delito contra la vida en el que cualquier imagen que refleje el resultado del
homicidio, en vez de conmover conciencias -como en la tortura o la pena de
muerte-, es tachada de manipuladora.
El problema de los proabortistas es que ante la actual situación no pueden
sostener seriamente un debate de principios, valores y ciencia en torno al
aborto. Pocos casos hay tan claros como éste en el que la pretendida
superioridad moral o intelectual del «progresismo» se descubra como una pura y
burda falsedad.