De la Homilía de Mons. Oscar Romero
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- Cuando le entienden mal, Cristo corrige: el renacer a Nicodemus.
Qué distinto cuando Nicodemo le entendió a Cristo mal y Cristo lo corrigió. Cristo le dice: "Si no renaces de nuevo, no podrás entrar en el Reino de Dios". Nicodemo lo entiende al pie de la letra: "¿Cómo va a un hombre a hacerse chiquito y meterse otra vez en el seno de una mujer para nacer?". Cristo le dice: "No, no es así como te quiero decir; renacer quiere decir bautizarse, renovarse el hombre".
- El agua que no da más sed a la samaritana.
Cuando la samaritana también oye que Cristo le dice: "El que toma de esa agua vuelve a tener sed, pero el que toma del agua que yo le daré no tendrá sed jamás". La samaritana entiende al pie de la letra y le dice: "Dame de esa agua para que no esté viniendo al pozo a sacar todos los días". Y Cristo la corrige: "No se trata del agua de este pozo. Se trata del agua de la gracia, de la vida eterna, el don de Dios que salta hasta la vida eterna". Quiero decir, que cuando el evangelio nos presenta a Cristo afirmando algo y que se le entiende mal, Él lo corrige.
- Cuando se entiende como Él quiere decir, aunque sea un misterio que el hombre no comprende, lo reafirma y lo precisa.
El caso de su pan, que es su carne y que su carne es comida y así lo han entendido, así lo ratifica: "Sí, yo daré mi carne, mi sangre, hay que beberla para tener vida eterna".
- El Concilio de Trento precisó: "verdaderamente realmente-substancialmente".
Por eso el Concilio de Trento puso estas tres palabras en la presencia de Cristo frente a los enemigos de la eucaristía. Los que dicen que ¿cómo va a estar Cristo en persona presente en ese pedacito de pan y en ese vino?, el Concilio, inspirándose en estas palabras del evangelio, dice: "Cristo está verdaderamente presente, realmente presente, substancialmente presente". Son tres matices de una presencia personal que responden a las objeciones de los que dicen: Puede estar pero sólo en un signo: "Tomad y comed, esto significa mi cuerpo". No es así. Verdaderamente, es decir, esto es mi cuerpo, realmente en realidad y substancialmente. Esto es lo que hay que entender bien. No vamos a entender un comer a Cristo como antropófagos, no se trata de eso.
b) Cristo precisa en qué forma está la carne que ofrece presente.
Ahí sí, Cristo aclara: es mi carne, pero hay que entender qué carne soy yo, en las condiciones que yo aclaro en este discurso de Cafarnaún.
- Es su carne que da la vida al mundo. Primero, carne ofrecida en la cruz, este es el pan para la vida del mundo. Es una expresión de Cristo dando su vida por el mundo. "La carne no aprovecha para nada -decía Cristo-, lo que aprovecha es el espíritu que anima esa carne". Y la carne que Cristo está ofreciendo es su vida del mundo, la que reconcilió a los hombres con Dios, es decir, como nosotros vamos a decirlo dentro de poco en la Eucaristía: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Esa es la carne personal de Cristo en la Eucaristía, un Cristo que murió entre dolores, acribillando su sangre y su carne. "La sangre que se derrama para perdón de vuestros pecados". Esta carne y esta sangre es la que recoge en nuestra misa y la presencia personal de Cristo es el momento culminante de la redención.
- Otra cosa maravillosa es la vida de Cristo, unida a la vida del Padre. "Yo vivo por el Padre y todo aquel que me come, vive por mí". Es decir, una corriente de vida. Yo no soy más que Dios hecho hombre. Y yo voy a inventar un modo de esta carne de hombre, darla en alimento pero porque trae vida de Dios. El que se alimenta de este cuerpo y de esta sangre bajo especie de pan, como no una carne simplemente humana sino la carne del Hijo del Hombre donde se conjuga lo humano y lo divino, donde Dios se hace vianda, alimento para los hombres.
No olvidemos estas dos condiciones: el Cristo ofreciendo su carne en la cruz y el Cristo unido en intimidad divina con el Padre. Esa es la carne que se da y que hay que comer. Esa es la carne de la eucaristía. Esa es la presencia personal de Cristo. No está sólo su virtud, está personalmente su carne así como la acaba de describir Él: unida al sacrificio de la cruz que salva al mundo y unida a la vida eterna del Padre. Solo podría asegurar cosas tan inauditas: "El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna, el que no come mi carne ni bebe mi sangre, no tiene vida en sí".
c) La presencia de Cristo, también se indica por los efectos. ¡Qué efectos más maravillosos nos presenta Cristo en el discurso de hoy!.
"Vivirá para siempre... no como el maná... sacramento escatológico.
Vuestros padres comieron el maná, era un pan misterioso, pero el maná saciaba el hambre del estómago de cada día y los que comieron el maná murieron. Pero el que come de este pan no morirá, tendrá vida eterna. El efecto de la eucaristía es hacernos inmortales, hacernos partícipes de la misma vida de Dios que no perece, de la vida de Cristo resucitado, ¡qué una vez resucitado ya no puede morir! -dice la Sagrada Biblia. Lo cual quiere decir, queridos hermanos que el sacramento de la eucaristía es el sacramento de lo escatológico. Ya lo hemos explicado muchas veces. Lo definitivo de la historia, hacia donde marchan los ríos de los hombres, el mar donde vamos a desembocar todos, se llama lo escatológico, lo último, el fin. Cristo ya nos trae, en la presencia de su eucaristía, el mensaje; no sólo el mensaje, la realidad en su propia carne para aquel que comulga. Aquel que viene a misa el domingo, aquel que se postra ante el sagrario está captando lo escatológico; ya está ante la eternidad, ya está saboreando la vida de Dios.
- Otro efecto que aparece en la palabra de Cristo, hoy: "Habita en mí y Yo en él"... sobrenaturaliza la vida identificándonos con Él.
Que cosa más inaudita: "el que me come habita en Mí y Yo en él". Piénsenlo, los que van a comulgar esta mañana, qué momento más divino: "Cristo habita en ti, y tú habitas en Él". Es decir, hay una compenetración que puede llegar a decir como San Pablo: "Ya no vivo yo sino que es Cristo que vive en mí".
Esta transformación que lejos de comprenderla cuando no se tiene fe, pero cuando se tiene fe, hermanos, sucede lo que yo vi ayer en dos comunidades religiosas. Allá en Usulután, las hermanas franciscanas lo primero que me fueron a enseñar: "Mire cómo nos ha quedado nuestra casita arreglada, casita pobre pero arreglada. Pero mire la capillita, lo más bonito de la casa". Donde había antes un salón de belleza, allí han levantado el sagrario a todo lujo, porque para la comunidad no hay cosa más linda que el sagrario donde Cristo habita con las religiosas y las religiosas habitan con Él. Y anoche cuando fui a celebrar al Buen Pastor el novenario de la Madre María Mercedes, muerta hace nueve días, también el sagrario, lo principal, ¡Ah! ¡Cuándo se comprende lo que es la hostia consagrada como que quisiéramos un cielo para ponerla!. Da lástima pensar en las iglesias abandonadas, en los sagrarios polvosos, sin flores o con flores marchitas. Qué poca fe indica una iglesia donde no se estima la vida eucarística.
Cuentan que cuando unos turistas u hombres de ciencia visitaron la isla de Molokai donde el Padre Damián vivía con los leprosos -él que le pidió a Dios ser leproso para quedarse con ellos, porque su superior lo iba a mandar ya fuera y dice: No, déjenme. Y le pidió a Dios la gracia de la lepra. Un día levantando la hostia consagrada miró en su mano la señal de la lepra y desde ese momento su palabra con los leprosos era: "nosotros los leprosos", Se identificó tanto con ellos, que lo sentían como el hermano- le ofrecieron apoyo. ¿Cuántos dólares necesitaría?, le preguntaron. Dijo "¿Por dólares?, ni un minuto más. Si estoy aquí es por Él, por el amor a Jesucristo". Lo que le daba fuerza al Padre Damián, lo que le da fuerza a todos los misioneros, a todas las religiosas, a todos los sacerdotes, lo que le da vida a la comunidad eclesial de base, lo que hace centro de la parroquia, es el pan de la vida eterna. "El que me come, se alimenta de vida eterna. Yo estoy con él y él está conmigo".
No comprenderán esto, hermanos, los que no han vivido la experiencia de la eucaristía. Y así se explica que las comunidades cristianas sean calumniadas, mal informadas; no conciben la locura de unos hombres y unas mujeres exponiéndose hasta morir, si no es pensando en que hay un sentido subversivo, revolucionario, en el corazón. No, hay una fuerza más grande que todas las revoluciones, el amor del hombre y de la comunidad que ha descubierto el tesoro que hoy nos está revelando Jesucristo: su presencia viva y vivificante, su eucaristía.
Quisiera, les decía yo, que a la luz de estas cosas presenciáramos nuestra misa dominical. Con qué gusto vendríamos si es que no me voy a encontrar allí con el obispo tal o con el sacerdote tal, sino que voy a encontrarme a través de él, con Cristo, la vida eterna. Voy a comulgar y lo voy a adorar y voy a sentir que Él está en mí y yo en Él, y voy a sacar fuerzas para mi semana, y mi vida de familia será más santa, más suave, más dulce, más amorosa porque me alimenta el amor de Jesucristo. Seré más sacrificado y trabajaré mejor y cumpliré mejor mis deberes. ¿Ven como la eucaristía verdaderamente es el pan que da la vida al mundo?.