Domingo, VII – Ciclo C
"A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra..."
El ciclo infernal de la violencia y venganza, del cual somos testigos cada día en el corazón de nuestros hogares, a través del televisor, sólo se rompe o se detiene cuando alguien pone la otra mejilla. Cuando alguien no devuelve el mal recibido. Cuando alguien responde al mal con el bien, con el amor.
El Amor es ciertamente más fuerte que el odio. Sólo el AMOR puede vencer al odio.
"Si con odio me arrancas un ojo, te seguiré mirando con amor con el otro ojo", fue capaz de decir un hombre lleno del Espíritu de Dios.
Este tipo de amor incondicional y extremo, sólo es posible y comprensible en la perspectiva de eternidad que nos da nuestra fe, que nos llena de esperanza y de amor. Realmente sólo podemos amar al enemigo si tenemos el convencimiento, que nos da la fe, de que la última palabra la tiene el AMOR y que el mal tiene los días contados.
De esta perspectiva de eternidad, de Paraíso, de Cielo, nos ha hablado la segunda lectura de San Pablo (1Co 15,45-49):
"El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial."
El "hombre terreno", es un hombre fácilmente violento y vengativo. En cambio, el hombre que es del cielo, el hombre celestial, es capaz de elevarse con Cristo hacia las cumbres del amor que todo lo perdona, que todo lo disculpa.
La victoria que vence al mundo, con su ciclo infernal de violencia y más violencia, es nuestra fe en el Dios Amor, revelado por Jesucristo, el hombre "bajado del cielo". Una fe que nos llena de esperanza. Una esperanza que nos capacita para amar, y amar, incluso locamente, de una manera radical.
De esta manera "loca" de amar, que sólo puede venir del cielo, tengo personalmente un testimonio chocante. La persona que me lo explicó me pidió que no me lo quedara para mí mismo, que lo comunicara. Cosa que he procurado hacer siempre, sin dejar escapar ninguna oportunidad para hacerlo. Por ejemplo, expliqué este testimonio en el Seminario de Barcelona, con motivo del 50º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auswitch.
Conocí a esta persona de una manera del todo fortuita (dicen que la casualidad es el seudónimo con lo que firma Dios). Yo tenía unos 20 años y estaba estudiando en los Estados Unidos, en la Universidad de Tejas, en Austin. Mis padres, por cuestiones de trabajo del padre, tuvieron que pasar unos meses en Nueva York, y les fui a visitar unos días.
Un fin de semana, decidimos hacer un poco de turismo por las famosas universidades de la costa este de los Estados Unidos: Harvard, Princeton y Yale, en el estado de Connecticut. Fue durante la corta visita al campus de esta última grande y prestigiosa universidad, Yale, que escuché personalmente un testimonio de vida que nunca olvidaría.
Con mi madre andábamos por el campus, i estábamos del todo perdidos, en medio de jardines y edificios y más edificios de la universidad. De manera que pensé que lo mejor era preguntar a alguien que nos dijera, sobre el mapa, dónde estábamos. Y detuve a una señora que caminaba hacia nosotros. Era una mujer ya mayor, de unos 60 años, bajita y muy simpática. Nos indicó amablemente dónde estábamos, y empezamos una conversación sin demasiada importancia. No recuerdo muy bien de qué hablábamos. Sólo recuerdo que me explicaba algún proyecto que tenía con su familia.
Pero recuerdo que no hablábamos de Dios, y para mí, en aquel momento fuerte de mi fe, me era impensable que alguien te hablara de proyectos de futuro sin contar para nada con Dios. De manera que pensé que le haría un favor a aquella mujer si la cortaba en seco y le decía: "escuche, pero Usted no sabe que sin Dios no se va a ninguna parte!"
Ella se calló en seco y me miró fijamente a los ojos (hacia arriba, pues era bastante más bajita que yo). Y me dijo: "Has dicho, D-i-o-s? ... Has dicho, D-i-o-s? ... ¿Has dicho, D-i-o-s "? (En inglés: "Did you say G – o - d ? ... Did you say G - o - d? ... ¿Did you say G - o - d?").
Tres veces. Y no osaba pronunciar el nombre de Dios. Hay que saber que los judíos no pronuncian el nombre de Dios.
Y acto seguido me dice: "Déjame explicarte una cosa sobre D-i-o-s." Y me explicó lo siguiente:
"Estábamos de pié en torno a una habitación, y nos forzaban a ver la tortura de los nuestros propios familiares. ¿Puedes decirme dónde estaba Dios?"
¿Comprendí que me hablaba de un campo de concentración Nazi, e intenté decirle algo sobre el gran enigma de dónde estaba Dios durante los Campos de Concentración Nazis, pero ella me cortó y me continuó explicando:
"No te diré lo qué nos hacían. Sólo te diré que yo, dentro de mí, gritaba con todas mis fuerzas: 'Dios mío, Dios mío, por qué permites esto!!??... Pues, desde el fondo de mi corazón, oí una voz que me decía: '¡ÁMALOS!... ¡ÁMALOS!... ¡ÁMALOS!' (en inglés: 'LOVE THEM! ... LOVE THEM! ... LOVE THEM!')." Y añadió: "créeme si te digo que allí mismo fui capaz de amar y de perdonar."
La conversación continuó, ahora ya centrada del todo en el tema de Dios y la vida de la fe, pues nos vio, a mi madre y a mí, especialmente receptivos y muy impresionados por sus palabras.
Nos explicó que en aquel momento tenía una pena en el corazón porque alguien le había pintado el símbolo Nazi en la puerta de su despacho. Nos dijo que era una profesora de metafísica de la Universidad de París, la Sorbonne, que aquel verano estaba dando unas clases en Yale.
También nos explicó que era madre de familia numerosa; que había tenido ocho hijos. Y que un buen día recibe la noticia que el marido ha muerto en un accidente de aviación. Mi madre le dice, "Usted se debe haber entristecido mucho". "No", le contesta, "me enfadé con Dios". "Estuve toda la noche andando arriba y abajo en mi habitación, diciéndole a Dios, 'ésta me la explicas ... me dejas en el mundo con ocho hijos, sola'. Entonces, en la madrugada, abrí las Escrituras al azar" -en este momento me dice a mí: 'sé más de tu Biblia de lo que te piensas' - y leí: 'TU DIOS ES TU MARIDO'. Cogí fuertemente la mano de Dios y nunca, nunca, me ha dejado abandonada."
Y, después de explicarnos todo esto, me dijo que no me lo quedara para mí mismo sino que lo compartiera, que lo pasara. Y eso es lo que acabo de hacer con vosotros.
Hermanos y hermanas, somos imagen y semblanza de un Dios que es AMOR ETERNO E INFINITO. Nosotros, por lo tanto, somos también AMOR, y somos capaces de amar como Dios ama, si nos dejamos ayudar por Él. Dios quiere que seamos perfectos en el AMOR DESINTERESADO E INCONDICIONAL, como Él lo es. Lo hemos leído en el Evangelio (Lucas 6,32-38):
"Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen... ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo."
O en la versión de Mateo 5,48: "Sed perfectos como lo es vuestro Padre celestial."