Este tema debe ser tratado con toda serenidad,
hablando a la inteligencia desde la inteligencia, sin enconos
ni prejuicios, es decir, sin juicios previos infundados,
inspirados más por la pasión que por el entendimiento;
evitando términos ofensivos, aunque ciertas prácticas lesionen
nuestra sensibilidad.
Por otra parte, la gravedad del tema nos urge a
usar un lenguaje claro, preciso, que llame a las cosas por su
nombre, sin afán de emboscar la realidad, por dura que sea. No
es adecuado decir, por ejemplo, que se «interrumpe un
embarazo». El término «interrumpir» sugiere una acción
pasajera, como cuando se interrumpe una conversación para
reanudarla después. En el caso del aborto, se anula para
siempre un proceso biológico cuyo fruto iba a ser muy pronto,
en cuestión de meses o semanas, un nuevo ciudadano, un ser
dotado de plenos derechos y deberes.
Al tratarse de una cuestión muy seria -en la
que se juega a diario la vida de multitud de seres humanos-,
es ineludible y urgente llegar a convicciones firmes. Para
ello, nuestro razonamiento ha de partir de hechos innegables,
que todos los ciudadanos debamos aceptar, con independencia de
nuestra filiación política y nuestras creencias religiosas.
Sólo así tendremos un punto de partida común, sobre el cual
edificar nuestro discurso. La discusión sobre el aborto se
oscurece, a menudo, por apoyarse en vocablos muy ambiguos, que
ningún área de conocimiento ha logrado clarificar de modo
irrebatible. Se indica, a veces, que hasta el momento de la
anidación no puede considerarse el feto como una persona. Pero
no se alude siquiera al hecho de que el concepto de persona es
dificilísimo de definir, debido a su interna riqueza. Mucho
más lo es precisar en qué momento del proceso de gestación
presenta el feto las características de un ser personal. No es
razonable querer decidir la licitud o ilicitud del aborto en
virtud de afirmaciones que hoy por hoy no podemos fundamentar
debidamente. Hemos de basarnos en hechos ciertos, reconocibles
por todos. Entre tales hechos figuran los siguientes.
1. Tras muchos vaivenes, la humanidad ha
conseguido a lo largo de siglos incrementar el respeto a la
vida, hasta el punto de que muchos países han renunciado a
aplicar la pena capital incluso a los delincuentes más
peligrosos. Esta actitud es considerada, generalmente, como un
signo de verdadero progreso en humanidad, un avance en cuanto
a madurez pues supone un ascenso de nivel. En el nivel 1 (el
del control y el dominio), el procedimiento lógico para
resolver los problemas de convivencia es alejar
definitivamente de la vida social a quienes la lesionan de
forma violenta. En el nivel 2 -el de la creatividad y el
encuentro- se piensa que la vida humana es un don maravilloso,
enigmático, del que la humanidad se siente depositaria pero no
dueña. Disponer de una vida humana nos parece hoy una
desmesura tal a multitud de personas que preferimos respetar
la existencia de quienes parecen empeñarse en privarla de todo
sentido. Nos mueve a ello, entre otras razones, la convicción
de que el ser humano posee una capacidad de iniciativa
suficiente para hacer posible una recuperación, por
inverosímil que sea en ciertos casos.
2. Cuando acontece la concepción, se inicia un
proceso asombroso que, de no ser alterado violentamente desde
fuera, llega casi siempre a término y da como fruto un nuevo
ser personal. Se trata de un proceso unitario -no dividido en
fases cualitativamente distintas, como se pensaba en la Edad
Media- que aboca al nacimiento de un ser humano, merecedor
-por derecho propio- de llevar un nombre -Juan, María...- y
formar parte de nuestra sociedad con plenitud de derechos y
deberes.
3. Echar a andar el proceso de gestación de un
nuevo ser humano -con cuanto implica- es un acto que exige
mucha responsabilidad. Ser responsable significa, en este
caso, responder a la llamada que nos hace un valor. Los
valores no sólo existen; se hacen valer. Una vida humana
-aunque se halle en estado de formación- implica un valor,
porque es una «fuente de posibilidades de diverso orden».
Cuando uno responde positivamente a ese valor, se hace
responsable de las consecuencias de tal respuesta;
responsable, por tanto, de la nueva vida que vendrá pronto a
incrementar nuestra comunidad de personas. Todo lo relativo a
las fuentes de la vida merece un inmenso respeto, pues, al
entrar en contacto con ellas, tocamos fondo en la realidad que
nos sostiene a todos.
4. En ciertos casos, el feto presenta
malformaciones que permiten presagiar en el futuro
anormalidades graves. Aceptar a un hijo marcado con una tara
que hará difícil o imposible una mínima calidad de vida supone
un sacrificio notable por parte de los padres.
5. Los padres se hallan a veces en condiciones
poco propicias para tener un hijo y atenderlo debidamente. a)
son muy jóvenes y necesitan seguir formándose; b) aun siendo
ya adultos, carecen de recursos económicos; c) cuentan con
medios, pero quieren disponer de libertad para vivir la vida
sin trabas; d) por diversas circunstancias no quieren
reconocer en sociedad su condición de padres.
Frente a estos hechos, ¿qué actitud nos
recomienda adoptar nuestra razón, con su capacidad de razonar,
discernir y decidir libremente, con libertad creativa,
inmensamente superior a la mera libertad de elegir
arbitrariamente? La primera recomendación es no buscar razones
para legitimar el aborto en contra de los derechos de seres
indefensos y a favor de la «capacidad de maniobra» de los
mayores. El respeto a la vida humana debe ser incondicional y
absoluto. Razones para anular la vida no es difícil
encontrarlas, porque el afán de dominio nos ciega para los
valores y consideramos como válidas unas razones que están
lejos de serlo. Una vez abierta esta vía del dominio y el
manejo arbitrario de la vida de otros seres, pueden
encontrarse razones para eliminar no sólo a quienes todavía
carecen de voz y no pueden reclamar sus derechos, sino a
quienes no se acomoden al modelo de «vida útil y justificable»
que impongan los grupos más poderosos. Todo el que conozca la
historia de la llamada «gran catástrofe humana» del siglo XX
no podrá sino alarmarse ante el panorama que se abre ante
nosotros cuando renunciamos a un logro de la Humanidad que
debiera ser definitivo y, por tanto, intocable: el respeto
incondicional a la vida humana en toda situación (punto 1).
Si adoptamos esta actitud respetuosa -lo que
supone un avance en madurez-, no dudamos en movilizar la
imaginación creadora para buscar soluciones viables y dignas a
los problemas señalados en los puntos 4 y 5. La humanidad
actual tiene en su mano multitud de medios para dar una salida
digna a situaciones problemáticas. Lo saben bien quienes
trabajan en asociaciones de ayuda a jóvenes desamparadas.
Considerar como signo de progreso la
legalización del aborto y, en nombre del «progresismo»,
defender a ultranza la práctica más amplia posible del mismo
denota una confusión mental sumamente peligrosa, pues nos hace
regresar a épocas de un primitivismo cultural y moral que hoy
nos abochorna. No olvidemos que la cultura consiste,
radicalmente, en crear formas de unidad valiosas con el
entorno, sobre todo con el humano. Lo verdaderamente culto es
respetar incondicionalmente la vida humana. A este alto grado
de cultura habíamos llegado. Con la práctica del aborto
perdemos incomprensiblemente este bien de la Humanidad, más
valioso todavía que los edificios, ciudades y parques
naturales que consideramos como un «patrimonio universal» y
cuidamos con sumo esmero.
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Más sobre el Prof. Alfonso López Quintás:
http://www.autorescatolicos.org/alfonsolopezquintas.htm
Valores: Función de la mentira y la verdad en la vida
Valores: El tesoro de la amistad
Valores: La formación para la paz
"Por eso el relativismo
y el subjetivismo destruyen el verdadero diálogo, que
consiste en buscar la verdad en común, una verdad que conceda
a las propias ideas auténtica densidad y valor. El relativismo
parece en principio muy tolerante, pero es la raíz última de
las actitudes intransigentes, pues el que no se adhiere a la
verdad acaba dominado por los propios intereses. El
relativista suele ser intransigente en la defensa de que todo
es relativo."
El analfabetismo religioso nos hace incultos
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