CARTA
COLECTIVA DEL EPISCOPADO ESPAÑOL
AL MUNDO ENTERO
CON MOTIVO DE
1937
1º. Razón de este documento
2º. Naturaleza de esta carta
3º. Nuestra posición ante la guerra
4º. El quinquenio que precedió a la guerra
5º. El alzamiento militar y la revolución comunista
6º. Caracteres de la revolución comunista
7º. El movimiento nacional: sus caracteres
8º. Se responde a unos reparos
9º. Conclusión
VENERABLES
HERMANOS:
1º.
Razón de este documento
Suelen los pueblos católicos ayudarse mutuamente en
días de tribulación, en cumplimiento de la ley de caridad de fraternidad que
une en un cuerpo místico a cuantos comulgamos en el pensamiento y amor de
Jesucristo. Órgano natural de este intercambio espiritual son los Obispos, a
quien puso el Espíritu Santo para regir
Nuestro país
sufre un trastorno profundo: no es sólo una guerra civil creuntísima la que nos
llena de tribulación; es una conmoción tremenda la que sacude los mismos
cimientos de la vida social y ha puesto en peligro hasta nuestra existencia
como nación. Vosotros los habéis comprendido, Venerables
Hermanos, y "vuestras palabras y vuestro corazones nos han abierto"
diremos con el Apóstol, dejándonos ver las extrañas de vuestra caridad para con
nuestra patria querida. Que Dios os lo premie.
Pero con nuestra gratitud, Venerables Hermanos,
debemos manifestaros nuestro dolor por el desconocimiento de la verdad de lo
que en España ocurre. Es un hecho, que nos consta por documentación copiosa,
que el pensamiento de un gran sector de opinión extranjera está disociado de la
realidad de los hechos ocurridos en nuestro país. Causas de este extravió
podría ser el espíritu anticristiano, que ha visto en la contienda de España
una partida decisiva en pro o contra de la religión de Jesucristo y la
civilización cristiana; la corriente opuesta de doctrinas políticas que aspiran
a la hegemonía del mundo; la labor tendenciosa de fuerzas internacionales
ocultas; la antipatria, que se ha valido de españoles ilusos que, amparándose
en el nombre de católicos, han causado enorme daño a la verdadera España. Y lo
que más nos duele es que una buena parte de la prensa católica extranjera haya
contribuido a esta desviación mental, que podría ser funesta para los
sacratísimos intereses que se ventilan en nuestra patria.
Casi todos los Obispos que suscribimos esta Carta
hemos procurado dar a su tiempo la nota justa del sentido de la guerra.
Agradecemos a la prensa católica extrajera el haber hecho suya la verdad de
nuestras declaraciones, como lamentamos que algunos periódicos y revistas, que
debieron (pf) ser ejemplo de respeto y acatamiento a la voz de los Prelados de
Ello obliga al Episcopado español a dirigirse
colectivamente a los Hermanos de todo el mundo, con el único propósito de que
resplandezca la verdad, oscurecida por ligereza o por malicia, y nos ayude a
difundirla. Se trata de un punto gravísimo en que se conjugan no los intereses políticos
de una nación, sino los mismos fundamentos providenciales de la vida social: la
religión, la justicia, la autoridad y la libertad de los ciudadanos.
Cumplimos con
ello, junto con nuestro oficio pastoral- que importa ante todo el
magisterio de la verdad - con un
triple deber de religión, de patriotismo y de humanidad. De
religión, porque, testigos de las grandes prevaricaciones y heroísmo que han
tenido por escena nuestro país, podemos ofrecer al mundo lecciones y ejemplos
que caen dentro de nuestro ministerio episcopal y que habrán de ser provechosos
a todo el mundo; de patriotismo, porque el Obispo es el primer obligado a
defender el buen nombre de su patria "terra
patrum", por cuanto fueron nuestros venerables predecesores los que
formaron la nuestra, tan cristiana como es, "engendrando a sus hijos para
Jesucristo por la predicación del Evangelio"; de humanidad, porque, ya
que Dios ha permitido que fuese nuestro país el lugar de experimentación de
ideas y procedimientos que aspiran a conquistar el mundo, quisiéramos que el
daño se redujese al ámbito de nuestra patria y se salvaran de la ruina las
demás naciones.
2º. Naturaleza de esta carta
Este Documento
no será la demostración de una tesis, sino la simple exposición, a grandes
líneas, de los hechos que caracterizan nuestra guerra y la dan su fisonomía
histórica. La guerra
de España es producto de la pugna de ideologías irreconciliables; en sus mismos
orígenes se hallan envueltas gravísimas cuestiones de orden moral y jurídico,
religioso e histórico. No sería difícil el desarrollo de puntos
fundamentales de doctrina aplicada a nuestro momento actual. Se ha hecho ya
copiosamente, hasta por algunos de los Hermanos que suscriben esta Carta.
Pero estamos en tiempos de positivismo calculador y frío y, especialmente
cuando se trata de hechos de tal relieve histórico como se han producido en
esta guerra, lo que se quiere - se nos ha requerido cien veces desde el
extranjero en este sentido - son hechos vivos y palpitantes que, por afirmación
o contraposición, den
la verdad simple y justa.
Por
esto tiene este Escrito un carácter asertivo y categórico de orden empírico. Y
ello en sus dos aspectos: el de juicio que solidariamente formulamos sobre la
estimación legítima de los hechos; y el de afirmación "per oppositum", con que deshacemos, con toda caridad, las afirmaciones
falsas o las interpretaciones torcidas con que haya podido falsearse la
historia de este año de vida de España.
3º. Nuestra posición ante la guerra
Conste antes que todo, ya que la guerra pudo
preverse desde que se atacó ruda e inconsideradamente al espíritu nacional, que
el Episcopado español ha dado, desde el año 1931, altísimos ejemplos de
prudencia apostólica y ciudadana. Ajustándose a la
tradición de
Al estallar la
guerra hemos lamentado el doloroso hecho, más que nadie, porque ella es siempre
un mal gravísimo, que muchas veces no compensan bienes problemáticos, porque
nuestra misión es de reconciliación y de paz: "Et in terra pax". Desde sus comienzos hemos tenido las manos
levantados al cielo para que cese. Y el pueblo católico
repetimos la palabra de Pío XI, cuando el recelo mutuo de las grandes potencias
iba a desencadenar otra guerra sobre Europa: "Nos invocamos la paz,
bendecimos la paz, rogamos por la paz". Dios nos es testigo de los
esfuerzos que hemos hecho para aminorar los estragos que siempre son su
cortejo.
Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón
generoso para nuestros perseguidores y nuestros sentimientos de caridad para
todos. Y decimos sobre los campos de batalla y a nuestros hijos de uno y otro
bando la palabra del apóstol: "El Señor sabe cuánto os amamos a todos en
las entrañar de Jesucristo".
Pero la paz es la "tranquilidad del orden,
divino, nacional, social e individual, que asegura a cada cual su lugar y le da
lo que le es debido, colocando la gloria de Dios en la cumbre de todos los
deberes y haciendo derivar de su amor el servicio fraternal de todos". Y
es tal la condición humana y tal el orden de
No es este
nuestro caso.
Esta es la posición del Episcopado español, de
Y si hoy, colectivamente, formulamos nuestro
veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España, es, primero,
porque, aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su represión de
orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus comienzos, que una de las
partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España, que nosotros,
Obispos católicos no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los intereses de
nuestro Señor Jesucristo y sin incurrir el tremendo apelativo de "canes
muti", con que el Profeta censura a quienes, debiendo hablar, callan ante
la injusticia; y luego, porque la posición de
No; esta libertad la reclamamos ante todo, para el
ejercicio de nuestro ministerio; de ella arrancan todas las libertades que
vindicamos para
4º. El quinquenio que precedió a la guerra
Afirmamos,
ante todo, que esta guerra la ha acarreado la temeridad, los
errores, tal vez la malicia o la cobardía de quien hubiesen podido evitarla
gobernando la nación según justicia.
Dejando otras causas de menor eficiencia, fueron los
legisladores de 1931, y luego el poder ejecutivo del Estado con sus prácticas
de gobierno, lo que se empeñaron en torcer bruscamente la ruta de nuestra
historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y exigencias del
espíritu nacional, y especialmente opuesto al sentido religioso predominante en
el país.
Junto con ello, la autoridad, en múltiples y graves
ocasiones, resignaba en la plebe sus poderes. Los incendios de los templos en
Madrid y provincias, en Mayo de 1931, las revueltas de Octubre de 1934,
especialmente en Cataluña y Asturias, donde reinó la anarquía durante dos
semanas; le período turbulento que corre en Febrero a Julio de 1936, durante el
cual fueron destruidas o profanadas 411 iglesias y se cometieron cerca de 3000
atentados graves de carácter político y social, presagiaban la ruina total de
la autoridad pública, que se vio sucumbir con frecuencia a la fuerza de poderes
ocultos que mediatizaban sus funciones.
Nuestro régimen político de libertad democrática se
desquició, por arbitrariedad del Estado y por coacción gubernamental que
trastocó la voluntad popular, constituyendo una máquina política en pugna con
la mayoría política de la nación, dándose el caso, en las últimas elecciones
parlamentarias, Febrero de 1936, de que, con más de medio millón de votos de
exceso sobre la izquierdas, obtuviesen las derechas 118 diputados menos que el
Frente Popular, por haberse anulado caprichosamente las actas de provincias
enteras, viciándose así en su origen la legitimidad del Parlamento.
Y a medida que se descomponía nuestro pueblo por la
relajación de los vínculos sociales y se desangraba nuestra economía y se
alteraba sin tino el ritmo del trabajo y se debilitaba maliciosamente la fuerza
de las instituciones de defensa social, otro pueblo poderoso, Rusia, empalmando con los
comunistas de acá, por medio del teatro y el cine, con ritos y costumbres
exóticas, por la fascinación intelectual y el soborno material, preparaba el
espíritu popular para el estallido de la revolución, que se señalaba casi a
plazo fijo.
El 27 de Febrero de
Os parecerá, Venerables Hermanos, impropia de un
Documento episcopal la enumeración de estos hechos. Hemos
querido sustituirlo a las razones de derecho político que pudiesen justificar
un movimiento nacional de resistencia. Sin Dios, que debe estar en el
fundamento y a la cima de la vida social; sin autoridad, a la que nada puede
sustituir en sus funciones creadoras del orden y mantenedora del derecho
ciudadano; con la fuerza material al servicio de los sin Dios ni conciencia,
manejados por agentes poderosos de orden internacional, España debía deslizarse
hacia la anarquía, que es lo contrario del bien común y de la justicia y orden
social. Aquí han venido a parar las regiones españolas en que la revolución
marxista ha seguido su curso inicial.
Estos son los hechos. Cotéjense con la doctrina de
Santo Tomás sobre el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza y falle
cada cual en justo juicio. Nadie podrá negar que, al tiempo de estallar el
conflicto, la misma existencia del bien común, - la religión, la justicia, la
paz -, estaba gravemente comprometida; y que el conjunto de las autoridades
sociales y de los hombres prudentes que constituyen el pueblo en su
organización natural y en sus mejores elementos reconocían el público peligro.
Cuanto a la tercera condición (pf) que requiere el Angélico, de la convicción
de los hombres prudentes sobre la probabilidad del éxito, la dejemos al juicio
de la historia: los hechos, hasta ahora, no le son contrarios.
Respondemos a
un reparo, que una revista extranjera concreta al hecho de los sacerdotes
asesinados y que podría extenderse a todos los que constituyen este inmenso trastorno
social que ha sufrido España. Se refiere a la posible de que, de no haberse
producido el alzamiento, no se hubiese alterado la paz pública: "A pesar
de los desmanes de los rojos- leemos- queda en pie la verdad que si Franco no
se hubiese alzado, los centenares o millones de sacerdotes que han sido
asesinados hubiesen conservado la vida y hubiesen continuado haciendo en las
almas la obra de Dios". No podemos suscribir esta afirmación, testigo como
somos da la situación de España al estallar el conflicto. La verdad es lo
contrario; porque es cosa documentalmente probada que en el minucioso proyecto
de la revolución marxista que se gestaba, y que habría estallado en todo el
país, si en gran parte de él no lo hubiese impedido el movimiento
cívico-militar, estaba ordenado el exterminio del clero católico, como el de
los derechistas calificados, como la sovietización de las industrias y la
implantación del comunismo. Era por Enero último cuando un dirigente anarquista
decía al mundo por radio: "Hay que decir las cosas tal y como son, y la
verdad no es otra que la de que los militares se nos adelantaron para evitar
que llegáramos a desencadenar la revolución".
Quede, pues, asentado, como primera afirmación de
este Escrito, que un quinquenio de continuos atropellos de los súbditos
españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la
existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del
pueblo español; que estaba en la conciencia nacional que, agotados va los
medios legales, no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden
y la paz; que poderes extraños a la autoridad tenida por legítima decidieron
subvertir el orden constituido e implantar violentamente el comunismo; y, por
fin, que por lógica fatal de los hechos no le quedaba a España mas que esta
alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya
planeada y decretada, como ha ocurrido en la regiones donde no triunfó el
movimiento nacional, o intentar, es esfuerzo titánico de resistencia, librarse
del terrible enemigo y salvar los principio fundamentales de su vida social y
de sus características nacionales.
5º. El alzamiento militar y la revolución comunista
El 18 de Julio del año pasado se realizó el
alzamiento militar y estalló la guerra que aún dura. Pero nótese, primero, que
la sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración
con el pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al movimiento que, por
ello, debe calificarse de cívico-militar;
y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son dos hechos que no
pueden separarse, si se quiere enjuiciar debidamente la naturaleza de la
guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde el
principio la división profunda de las dos Españas que se batirán en los campos
de batalla.
Aún hay más: el movimiento no se produjo sin que los
que lo iniciaron intimaran previamente a los poderes públicos a oponerse por
los recursos legales a la revolución marxista inminente. La tentativa fue
ineficaz y estalló el conflicto, chocando las fuerzas cívico-militares, desde
el primer instante, no tanto con las fuerzas gubernamentales que intentaran reducirlo
como con la furia desencadenada de unas milicias populares que, al amparo, por
lo menos, de la pasividad gubernamental, encuadrándose en los mandos oficiales
del ejército (pf) y utilizando, a más del que ilegítimamente poseían, el
armamento de los parques del Estado, se arrojaron como avalancha destructora
contra todo lo que constituye un sostén en la sociedad.
Esta es la característica se la reacción obrada en
el campo gubernamental contra el alzamiento cívico-militar. Es, ciertamente, un
contraataque por parte de las fuerzas fieles al Gobierno; pero es, ante todo,
una lucha en comandita con las fuerzas anárquicas que se sumaron a ellas y que
con ellas pelearán juntas hasta el fin de la guerra. Rusia, lo sabe el mundo, se injertó en le ejercito gubernamental
tomando parte en sus mandos, y fue a fondo, aunque conservándose la apariencia
del Gobierno del Frente Popular, a la implantación del régimen comunista por la
subversión del orden social establecido. Al juzgar de la legitimidad del
movimiento nacional, no podrá prescindirse de la intervención, por la parte
contraria, de estas "milicias anárquica incontrolables" - es palabra
de un ministro del Gobierno de Madrid - cuyo poder hubiese prevalecido sobre la
nación.
Y porque Dios es el más profundo, cimiento de una
sociedad bien ordenada- lo era de la nación española- la revolución comunista,
aliada de los ejércitos del Gobierno, fue, sobre todo, antidivina. Se
cerraba así el ciclo de la legislación laica de
Por esto se produjo en el alma una reacción de tipo
religioso, correspondiente a la acción nihilista y destructora de los sin-Dios. Y España
quedó dividida en dos grandes bandos militantes; cada uno de ellos fue como el
aglutinante de cada una de las dos tendencias profundamente populares; y a su
alrededor, y colaborando con ellos, polarizaron, en forme de milicias
voluntarias y de asistencia y servicios de retaguardia, las fuerzas opuestas
que tenían dividida a la nación.
La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La
lucha blanca de los comicios de Febrero de 1936, en que la falta de conciencia
política del gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas
revolucionarias un triunfo que no había logrado en las urnas, se transformó,
por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en
dos tendencias: la espiritual, del lado de los sublevados, que
salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la
patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de la
religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o
anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España, con todos sus
factores, por la novísima
"civilización" de los soviets rusos.
Las ulteriores complicaciones de la guerra no han
variado más que accidentalmente su carácter: el internacionalismo comunista ha
corrido al territorio español en ayuda del ejército y pueblo marxista; como,
por la natural exigente de la defensa y por consideraciones de carácter
internacional, han venido en ayuda de
Por esto observadores perspicaces han podido
escribir estas palabras sobre nuestra guerra: "Es una carrera de velocidad entre el bolchevismo y la
civilización cristiana". "Una etapa nueva y tal vez decisiva
en la lucha entablada entre
No hemos hecho más que un esbozo histórico, del que
deriva esta afirmación: El alzamiento
cívico-militar fue en su origen un movimiento nacional de defensa de los principios
fundamentales de toda sociedad civilizada; en su desarrollo, lo ha sido contra
la anarquía coaligada con las fuerzas al servicio de un gobierno que no supo o
no quiso titular aquellos principios.
Consecuencia de esta afirmación son las conclusiones
siguientes:
Primera: Que
Segunda:
Tercera: Afirmamos que el levantamiento
cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular de un doble
arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de
levantar a España y evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que lo
consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de
Dios, y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su
religión.
Cuarta: Hoy, por hoy, no ha en España
más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ellas
deriva, que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los
comienzos de la guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los
esfuerzos de sus hombres de gobierno, no ofrece garantías de estabilidad
política y social.
6º. Caracteres de la revolución comunista
Puesta en marcha la revolución comunista, conviene
puntualizar sus caracteres. Nos ceñimos a las siguientes afirmaciones, que
derivan del estudio de hechos plenamente probados, muchos de los cuales constan
en informaciones de toda garantía, descriptivas y gráficas, que tenemos a la
vista. Notamos que apenas hay información debidamente autorizada más que del
territorio liberado del dominio comunista. Quedan todavía bajo las armas del
ejército rojo, en todo o parte, varias provincias; se tiene aún escaso
conocimiento de los desmanes cometidos en ellas, los más copiosos y graves.
Enjuiciando globalmente los excesos de la revolución
comunista española afirmamos que en la historia de los pueblos occidentales no
se conoce un fenómeno igual de vesania colectiva, ni un cúmulo semejante,
producido en pocas semanas, de atentados cometidos contra los derechos fundamentales
de Dios, de la sociedad y de la persona humana. Ni sería fácil, recogiendo los
hechos análogos y ajustando sus trazos característicos para la composición de
figuras crimen, hallar en la historia una época o un pueblo que pudieran
ofrecernos tales y tantas aberraciones. Hacemos historia, sin interpretaciones
de carácter psicológico o social, que reclamarían particular estudio. La
revolución anárquica ha sido 'excepcional en la historia'.
Añadimos que la hecatombe producida en personas y
cosas por la revolución comunista fue 'premeditada'. Poco antes de la revuelta
habían llegado de Rusia 79 agitadores especializados.
Prueba elocuentísima de que de la destrucción de los
templos y la matanza de los sacerdotes, en forma totalitaria fue cosa
premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos
unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los
sacerdotes asesinados, contando un promedio del 40 por 100 en las diócesis
desbastadas en algunas llegan al 80 por 100 sumarán, sólo del clero secular,
unos 6.000. Se les cazó con perros, se les persiguió a través de los montes;
fueron buscados con afán en todo escondrijo. Se les mató sin perjuicio las más
de las veces, sobre la marcha, sin más razón que su oficio social.
Fue
"cruelísima" la revolución. Las formas de asesinato revistieron caracteres de barbarie horrenda.
En su número: se calculan en número superior de 300.000 los seglares que han
sucumbido asesinados, sólo por sus ideas políticas y especialmente religiosas:
en Madrid, y en los tres meses primeros, fueron asesinados más de 22.000.
Apenas hay pueblo en que no se haya eliminado a los más destacados derechistas.
Por la falta de forma: sin acusación, sin pruebas, las más de las veces sin
juicio. Por los vejámenes: a muchos se les han amputado los miembros o se les
ha mutilado espantosamente antes de matarlos; se les han vaciados los ojos,
cortado la lengua, abierto en canal, quemado o enterrado vivos, matado a
hachazos. La crueldad máxima se ha ejercido en los ministros de Dios. Por
respeto y caridad no queremos puntualizar más.
La revolución
fue "inhumana". No se ha
respetado el pudor de la mujer, ni aún la consagrada a Dios por sus votos. Se
han profanado las tumbas y cementerios. En el famoso monasterio románico de
Ripoll se han destruido los sepulcros, entre los que había el de Wifredo el
Velloso, conquistador de Cataluña, y el del Obispo Morgades, restaurador del
célebre cenobio. En Vich se ha profanado la tumba del gran Balmes y leemos que
se ha jugado al fútbol con el cráneo del gran Obispo Torras y Bages. En Madrid
y en el cementerio viejo de Huesca se han abierto centenares de tumbas para
despojar a los cadáveres del oro de sus dientes o de sus sortijas. Algunas
formas de martirio suponen la subversión o supresión del sentido de humanidad.
La revolución
fue "bárbara", en cuanto destruyó la obra de civilización de
siglos. Destruyó millares de obras de arte, muchas de ellas de fama universal.
Saqueó o incendió los archivos imposibilitando la rebusca histórica y la prueba
instrumental de los hechos jurídico y social. Quedan centenares de telas
pictóricas acuchilladas (pf), de esculturas mutiladas, de maravillas
arquitectónicas para siempre deshechas. Podemos decir que el caudal de arte,
sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente destrozado en
unas semanas, en las regiones dominadas por los comunistas. Hasta el Arco de
Bará, en Tarragona, obra romana que había visto veinte siglos, llevó la
dinamita su acción destructora. Las famosas colecciones de arte de
Conculcó la
revolución lo más elementales principios del "derecho de gentes". Recuérdense
las cárceles de Bilbao, donde fueron asesinado por las multitudes, en forma
inhumana, centenares de presos, las represalias cometidas en los rehenes
custodiados en buques y prisiones, sin más razón que un contratiempo de guerra;
los asesinatos en masa, atados los infelices prisioneros e irrigados con el
chorro de balas de las ametralladoras; el bombardeo de ciudades indefensas, sin
objetivo militar.
La revolución
fue esencialmente 'antiespañola'. La obra destructora se
realizó a los giros de "¡Viva Rusia!", a la sombra de la bandera
internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes
forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la
nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba
sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria.
Pero,
sobre todo, la revolución fue "anticristiana". No creemos
que en la historia del Cristianismo y en el espacio de unas semanas se haya
dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de
pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el
sacrilegio estrago que ha sufrido
Contamos los mártires por millares; su testimonio es
una esperanza para nuestra pobre patria; pero casi no hallaríamos en el
Martirologio romano una forma de martirio no usada por el comunismo, sin
exceptuar la crucifixión; y en cambio hay formas nuevas de tormento que han
consentido las sustancias y máquinas modernas.
El odio a Jesucristo y a
Ha sido espantosa la profanación de las sagradas
reliquias: han sido destrozados o quemados los cuerpos de San Narciso, San
Pascual Bailón,
No seguimos, venerables Hermanos, en la crítica de
la actuación comunista en nuestra patria, y dejamos a la historia la fiel
narración de los hechos en ella acontecidos. Si se nos acusaran de haber
señalado en forma tan cruda estos estigmas de nuestra revolución, nos
justificaríamos con el ejemplo de San Pablo, que no duda en vindicar con
palabras tremendas la memoria de los profetas de Israelí que tiene durísimos
calificativos para los enemigos de Dios; o con el de nuestro Santísimo Padre que, en su Encíclica sobre el
Comunismo ateo habla de "una destrucción tan espantosa, llevada a cabo, en
España, con un odio, una barbarie y una ferocidad que no se hubiese creído
posible en nuestro siglo".
Reiteramos nuestra palabra de perdón para todos y
nuestro propósito de hacerles el bien máximo que podamos. Y cerramos este
párrafo con estas palabras del "Informe Oficial" sobre las ocurrencias
de la revolución en sus tres primeros meses: "No se culpe al pueblo
español de otra cosa más que de haber servido el instrumento para la
perpetración de estos delitos"... Este odio a la religión y a las
tradiciones patrias, de las que eran exponente y demostración tantas cosas para
siempre perdidas, 'llegó de Rusia, exportando por orientales de espíritu
perverso'. En descargo de tantas víctimas, alucinadas por "doctrinas
demonios", digamos que al morir, sancionados por la ley, nuestros comunistas
se han reconciliado en su inmensa mayoría con el Dios de sus padres. En
Mallorca han muerto impenitentes sólo un dos por ciento; en las regiones del
sur no más de un veinte por ciento, y en las del norte no llegan tal vez al
diez por ciento. Es prueba del engaño de
que ha sido víctima nuestro pueblo.
7º. El movimiento nacional: sus caracteres
Demos ahora un esbozo del carácter del movimiento
llamado "nacional". Creemos justa esta denominación. Primero, por su
espíritu; porque la nación española estaba disociada, en su inmensa mayoría, de
una situación estatal que no supo encarnar sus profundas necesidades y
aspiraciones; y el movimiento fue aceptado como una esperanza en toda la
nación; en las regiones no liberadas sólo espera romper la coraza de las
fuerzas comunistas que le oprimen. Es también nacional por su objetivo, por
cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro las esencias de un pueblo
organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su historia. Expresamos
una realidad y un anhelo general de los ciudadanos españoles; no indicamos los
medios para realizarlo.
El movimiento ha fortalecido el sentido de patria,
contra el exotismo de las fuerzas que le son contrarias. La patria implica una
paternidad; es el ambiente moral, como de una familia dilatada, en que logra el
ciudadano su desarrollo total; y el movimiento nacional ha determinado una
corriente de amor que se ha concentrado alrededor del nombre y de la sustancia
histórica de España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon
la ruina. Y como el amor patrio, cuando se ha sobrenaturalizado por el amor de
Jesucristo, nuestro Dios y Señor, toca las cumbres de la caridad cristiana,
hemos visto una explosión de verdadera caridad que ha tenido su expresión
máxima en la sangre de millares de españoles que le han dado la grito de
"¡Viva España!" "¡Viva Cristo Rey!"
Dentro
del movimiento nacional se ha producido el fenómeno, maravilloso, del martirio - verdadero
martirio, como ha dicho el Papa - de millares de españoles, sacerdotes, religiosos
y seglares; y este testimonio de sangre deberá condicionar en lo futuro, so
pena de inmensa responsabilidad política, la actuación de quienes, depuestas
las armas, hayan de construir el nuevo estado en el sosiego de la paz.
El movimiento ha garantizado el orden en el
territorio por él dominado. Contraponemos la situación
de las regiones en que ha prevalecido el movimiento nacional a las denominadas
aún por los comunistas. De estas puede decirse la palabra del Sabio: "Ubi
non est gubernatur, dissipabitur populus"; sin sacerdotes, sin templos,
sin culto, sin hambre y la miseria. En cambio, en medio del esfuerzo y del
dolor terrible de la guerra, las otras regiones viven en la tranquilidad del
orden interno, bajo la tutela de una verdadera autoridad, que es el principio
de la justicia, de la paz y del progreso que prometen la fecundidad de la vida
social. Mientras en
Esta situación permite esperar un régimen de
justicia y paz para el futuro. No queremos aventurar ningún presagio. Nuestros
males son gravísimos. La relajación de los vínculos sociales; las costumbres de
una política corrompida; el desconocimiento de los deberes ciudadanos; la
escasa formación de una conciencia íntegramente católica; la división
espiritual en orden a la solución de nuestros grandes problemas nacionales; la
eliminación, por asesinato cruel, de millares de hombres selectos llamados por
su estado y formación a la obra de la reconstrucción nacional; los odios y la
escasez que son secuelas de toda guerra civil; la ideología extranjera sobre el
Estado, que tiende a descuajarle la idea y de las influencias cristianas; serán
dificultada enorme para hacer una España nueva injertada (pf) en el tronco de
nuestra vieja historia y vivificada por su savia. Pero tenemos la esperanza de
que, imponiéndose con toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos
otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente
por una legislación en que predomina el sentido cristiano en la cultura, en la
moral, en la justicia social y en el honor y culto que se debe a Dios.
Quiera Dios ser en España el primer bien servido,
condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida.
8º. Se responde a unos reparos
No llenaríamos el fin de esta Carta, Venerables
Hermanos, si no respondiéramos a algunos reparos que se nos han hecho desde el extranjero.
Se
ha acusado a
Nos
requieren del extranjero para que digamos si es cierto que la iglesia en España
era propietaria del tercio del territorio nacional, y que el pueblo se ha
levantado para librarse de su opresión.- Es acusación ridícula.
Se
le imputa a
Se
dice que esta guerra es de clases, y que
La
guerra de España, dice, no es más que un episodio de la lucha universal entre
la democracia y el estatismo; el triunfo del movimiento nacional llevará a la
nación a la esclavitud del Estado.
Cuanto
a lo futuro, no podemos predecir lo que ocurrirá al final de la lucha. Si que
afirmamos que la guerra no se ha emprendido para levantar un Estado autócrata
sobre una nación humillada, sino para que resurja el espíritu nacional con la
pujanza y la libertad cristiana de los tiempos viejos. Confiamos en
la prudencia de los hombres de gobierno, que no querrán aceptar moldes
extranjeros para la configuración del Estado español futuro, sino que tendrán
en cuenta las exigencias de la vida íntima nacional y la trayectoria marcada
por los siglos pasados. Toda sociedad bien ordenada basa sobre principios
profundos y de ellos vive, no de aportaciones adjetivas y extrañas, discordes
con el espíritu nacional. La vida es más fuerte que lo programas, y un
gobernante prudente no impondrá un programa que violente las fuerzas íntimas de
la nación. Seríamos los primeros en lamentar que la autocracia
irresponsable de un parlamento fuese sustituida por la más terrible de una
dictadura desarraigada de la nación. Abrigamos la esperanza legítima de que no
será así. Precisamente lo que ha salvado a España en el gravísimo momento actual
ha sido la persistencia de los principios seculares que han informado nuestra
vida y el hecho de que un gran sector de la nación se alzara para defenderlos.
Sería un error quebrar la trayectoria espiritual del país, y no es de creer que
se caiga en él.
Se
imputan a los dirigentes del movimiento nacional crímenes semejantes a los
cometidos por los del Frente Popular. "El ejército blanco,
leemos en acreditada revista católica extranjera, recurre a medios
injustificado, contra los que debemos protestar... El conjunto de informaciones
que tenemos indica que el terror blanco reina en
Dos
palabras sobre le problema de nacionalismo vasco, tan desconocido y
falseado y del que se ha hecho arma contra el movimiento nacional.- Toda
nuestra admiración por las virtudes cívicas y religiosas de nuestros hermanos
vascos. Toda nuestra caridad por la gran desgracia que les aflige, que
consideramos nuestra, porque es de la patria. Toda nuestra pena por la
ofuscación que han sufrido sus dirigentes en un momento grave de su historia.
Pero toda nuestra reprobación por haber desoído la voz de
En una revista extranjera de gran circulación se
afirma que el pueblo se ha separado en España del sacerdote porque éste se
recluta en la clase señoril; y que no quiere bautizar a sus hijos por los
crecidos derechos de administración del Sacramento.- A lo primero respondemos
que las vocaciones en los distintos Seminarios de España están reclutados en la
siguiente forma: Número total de seminaristas en 1935: 7401; nobles, 6; ricos,
con un capital superior de 10.000 pesetas, 115; pobres, o casi pobres,
9º. Conclusión
Cerramos, Venerables Hermanos, esta ya larga Carta
rogándonos nos ayudéis a lamentar la gran catástrofe nacional de España, en que
se han perdido, con la justicia y la paz, fundamento del bien común y de
aquella vida virtuosa de
A vuestra piedad, añadid la caridad de vuestras
oraciones y las de vuestros fieles; para que aprendamos la lección del castigo
con que Dios nos ha probado: para que se reconstruya pronto nuestra patria y
pueda llenar sus destinos futuros , de que son presagio los que ha cumplido en
siglos anteriores; para que se contenga , con el esfuerzo y las oraciones de
todos, esta inundación de comunismo que tiende a anular al Espíritu de Dios y
al espíritu hombre, únicos polos que han sostenido las civilizaciones que
fueron.
Y completad vuestra obra con la caridad de la verdad
sobre las cosas de España. "Non est
addenda afflictio afflictis"; a la pena por lo que sufrimos se ha
añadido la de no haberse comprendido nuestros sufrimientos. Más, la de
aumentarlos con la mentira, con la insidia, con la interpretación torcida de
los hechos. No se nos ha hechos siquiera el honor de considerarnos víctimas. La
razón y la justicia se han pesado en lamisca balanza que la sinrazón u la
injusticia, tal vez la mayor que han visto los siglos. Se ha dado el mismo
crédito al periódico asalariado, al folleto procaz o al escrito del español
prevaricador, que ha arrastrado por el mundo con vilipendio el nombre de su
madre patria, que a la
voz de los Prelados, al concienzudo estudio del moralista o a la
relación auténtica del cúmulo de hechos que son afrenta de la humana historia.
Ayudadnos a difundir la verdad. Sus derechos sin imprescriptibles, sobre todo
cuando se trata del honor de un pueblo, de los prestigios de
Consentidnos una declaración última. Dios sabe que
amamos en las entrañas de Cristo y perdonamos de todo corazón a cuantos, sin
saber lo que hacían, han inferido daño gravísimo a
Y que la paz del Señor sea con todos nosotros, ya
que nos ha llamado a todos a la gran obra de la paz universal, que es el
establecimiento del Reino de Dios en el mundo por la edificación del Cuerpo de
Cristo, que es
Os escribimos desde España, haciendo memoria de los
Hermanos difuntos y ausentes de la patria, en la fiesta de
*
ISIDRO, Card. GOMÁ Y TOMÁS, Arzobispo de Toledo; * EUSTAQUIO, Card. ILUNDAIN Y
ESTEBAN,
Arzobispo de Sevilla; * PRUDENDIO, Arzobispo de Valencia; * MANUEL,
Arzobispo
de Burgos; * RIGOBERTO, Arzobispo de Zaragoza; * TOMAS, Arzobispo de
Santiago;
* AGUSTIN, Arzobispo de Granada, Administrador Apostólico de Almería,
Guadix
y Jaén; * ADOLFO, Obispo de Córdoba, Administrador Apostólico del
Obispado
Priorato de Ciudad Real; * JOSÉ, Arzobispo-Obispo de Mallorca; *
LEOPOLDO,
Obispo de Madrid-Alcalá; * MANUEL, Obispo de Palencia; ENRIQUE, Obispo
de
Salamanca; * VALENTIN, Obispo de Solsona; * JUSTINO, Obispo de Urgel; *
MIGUEL
DE LOS SANTOS, Obispo de Cartagena; * FIDEL, Obispo de Calahorra; *
FLORENCIO,
Obispo de Orense; * RAFAEL, Obispo de Lugo; * FELIX, Obispo de
Tortosa;
* FR. ALBINO, Obispo de Tenerife; * JUAN, Obispo de Jaca; * JUAN,
Obispo
de Vich; * NICANOR, Obispo de Tarazona, Administrador Apostólico de
Tudela;
* JOSÉ, Obispo de Santander; * FELICIANO, Obispo de Plasencia; *
ANTONIO,
Obispo de Quersoneso de Creta, Administrador Apostólico de Ibiza; *
LUCIANO,
Obispo de Segovia; * MANUEL, Obispo de Zamora; * MANUEL, Obispo de
Curio,
Administrador Apostólico de Ciudad Rodrigo; * LINO, Obispo de Huesca; *
ANTONIO,
Obispo de Tuy; * JOSÉ MARIA, Obispo de Badajoz; * JOSÉ, Obispo de
Gerona;
JUSTO, Obispo de Oviedo; * FR. FRANCISCO, Obispo de Coria; * BENAJAMIN,
Obispo
de Mondoñedo; * TOMÁS, Obispo de Osma; * FR. ANSELMO, Obispo de
Teruel-Albarracín;
* SANTOS, Obispo de Avila; * BALBINO, Obispo de Málaga; *
MARCELINO,
Obispo de Pamplona; * ANTONIO, Obispo de Canarias; HILARIO YABEN.
Vicario
Capitular de Sigüenza; EUGENIO DOMAICA, Vicario Capitular de Cádiz;
EMILIO
F. GARCÍA, Vicario Capitular de Ceuta; * FERNANDO ALVAREZ, Vicario
Capitular de León; * JOSÉ ZURITA, Vicario Capitular de Valladolid.
Sí a la Verdad y a la Vida
Venga tu Reino, Señor
Reino de Verdad y de Vida
Reino de Justicia de Amor y de Paz