La dramática historia de Samuel de Ghana
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“Residente” en los cuarteles abandonados del ejército en el barrio de Sant Andreu de Barcelona

Quemado vivo la noche de Navidad del año 2002

Historia redactada por: Joan Manuel Serra, ex-vicario de la parroquia de la Sagrada Familia de Barcelona (una de las muchas personas preocupadas por la situación crítica de tantos inmigrantes “ilegales”).

Propósito: Conseguir entre todos (gobernantes y simples ciudadanos) un cambio radical en el trato de los inmigrantes “ilegales”. Asegurar que se garantizarán unos derechos mínimos como el de un alojamiento digno.

“Propón grandes ideales a los cuales los sabios y honestos puedan mirar, el resto está en manos de Dios”

(George Washington cuando le preguntaron sobre la viabilidad de su objetivo de convertir 13 colonias divididas, en los Estados Unidos de América)

Esta breve carta es para narrar la dramática historia de un ciudadano de Ghana, amigo nuestro, Samuel, que estaba viviendo en las calles de Barcelona como inmigrante ilegal, y que acabó sus días de la manera más horrible.

En un crudo invierno, un grupo de 21 ghaneses fueron a la Parroquia de la Sagrada Familia, de la cual era el vicario. Acudieron al templo porque les habían dicho que ahí habría alguien que estaría dispuesto a ayudarles a salir de la calle donde estaban durmiendo, pasando un frío espantoso.

Con la ayuda y el coraje de Dios, decidimos ayudarles tanto como pudiéramos. Primero que todo les conseguimos unas mantas para todos ellos, y pasamos una noche junto a ellos en la calle con nuestra manta. Entonces experimentamos el frío terrible que hacía a las cinco de la madrugada, cuando ellos se levantaban para ir corriendo al metro, que abre a esa hora. Nos dimos cuenta que realmente hacía demasiado frío para estar en la calle. Esto hizo que comenzáramos a llamar a los provinciales de congregaciones religiosas, pidiendo un lugar de refugio para estos 21 hermanos nuestros (esto es lo que les consideramos desde un buen comienzo).

Rápidamente una orden religiosa, los Hermanos Maristas, accedieron primero a abrir una gran escuela, y después un centro vacante para niños de la calle (fue durante las vacaciones de Navidad) para que pudieran dormir durante unas semanas. Con la ayuda económica muy generosa de otras órdenes religiosas, pudieron pasar unas cuantas semanas más fuera de la calle, en pensiones y hostales juveniles. Pero estábamos gastando demasiado dinero y el grupo había crecido a 36 inmigrantes.

Encontramos una solución más barata y de más larga duración: ayudar a pagar el alquiler de dos pisos de inmigrantes latinoamericanos (ecuatorianos y bolivianos), en los cuales nuestros amigos sólo iban a dormir. Esto duró unos meses, puesto que nos fue imposible seguir obteniendo 1000 euros mensuales que costaba el alquiler de los dos pisos.

Samuel, un ghanés muy simpático y piadoso, se había unido al grupo yendo a dormir en uno de los pisos. Lo recuerdo (después de decirles que teníamos que marcharnos porque no podíamos pagar más meses el alquiler) de rodillas, mirándome a los ojos y suplicándome: “Pastor, what will happen to us when we find ourselves back in the street?” (“¿Pastor, que sucederá con nosotros cuando regresemos de nuevo a la calle?”)

Les hablamos de la existencia de unos edificios abandonados del ejército en el cinturón de la ciudad, donde muchos inmigrantes habían encontrado alojamiento sin costo alguno. Muchos de ellos decidieron irse allí, a pesar del peligro de ser arrestados y deportados.

Samuel y su amigo, Ansu, también de Ghana, compartieron una “habitación” de uno de estos tenebrosos edificios. Los fui a visitar en varias ocasiones; confieso que también por curiosidad humana por aquel extraño pero fascinante lugar. Gente de muchas nacionalidades habían encontrado refugio del frío y la lluvia: rumanos, rusos, ecuatorianos, chilenos (los pioneros), colombianos, marroquíes, argelinos, sub-saharianos, y también un grupo mixto de ocupas occidentales. Fueron estos últimos que, con su asesoramiento jurídico, pudieron evitar que el ejército los expulsaran a todos por la fuerza: algunos de ellos habían vivido ahí durante más de un año, por lo tanto ese era su domicilio legal. Sólo el fallo de un juez podría demandar que se marcharan.

Con todo, no era un lugar al que tenías ganas de regresar por la noche: era muy oscuro y peligroso. Yo mismo, una noche, estuve a punto de sufrir una grave herida por parte de un violento borracho disgustado con mi visita.

La noche de Navidad del año 2002, Samuel, decidió que no iría a dormir a los cuarteles abandonados, y se quedó a dormir en la calle, cerca de donde el grupo dormía dos años atrás.

Por algún motivo, él se peleó con una banda juvenil. En la pelea parece que  tiró la moto de la chica del líder de la banda, cosa que éste consideró imperdonable. Le dieron una paliza dejándolo medio muerto. Al parecer, la misma banda regresó horas más tarde y lo rociaron con gasolina (de las motos que habían aparcadas) y lo quemaron vivo. Gente que salía de una misa de Navidad por la mañana fueron testigos del dramático y horrible final de la vida de Samuel.

En los días siguientes, la noticia trajo consternación a toda la ciudad de Barcelona. No estamos acostumbrados a estos tipos de sucesos propios de películas de terror. Para la mayoría de las personas era el caso horrible de un ghanés ilegal, supuestamente medio ebrio y del cual era conocido su carácter conflictivo, que fue brutalmente asesinado en medio de la ciudad, por una banda callejera. Pero para mí, era el caso de mi amigo Samuel, que había llegado a querer, y que de rodillas hacía poco me había dicho “Pastor, what will happen to us when we find ourselves back in the street?”.

A menudo recuerdo todo esto y me digo a mi mismo: espero que Samuel no haya muerto de esta manera tan terrible en vano.  Su experiencia de vida, ha de suponer un punto de inflexión en la política actual a favor de tantos inmigrantes ilegales en las grandes ciudades del rico y próspero mundo occidental.

Aquí es donde creo que entre todos, gobernantes y ciudadanos de a pie, debemos y podemos hacer algo.  Las leyes de inmigración normalmente garantizan el alojamiento digno a los inmigrantes ilegales, mientras su situación se resuelve. Me  consta que millones de euros son presupuestados cada año para este propósito, pero nadie parece controlar o exigir que se cumpla este propósito. Estas inversiones si se hacen en paises europeos como Francia, Irlanda, Holanda, etc.

Es más, creo que la gran cantidad de gente desplazada del sur miserable al norte rico, deberían ser considerados como refugiados de una guerra económica no declarada entre los países ricos y los pobres. Vienen a nosotros, en números tan grandes debido a la escandalosa diferencia entre nuestro nivel de vida y el suyo. Una diferencia escandalosa debido principalmente a nuestro abuso en un sistema muy injusto de comercio mundial: grandes beneficios en la venta de productos comprados a precios ridículos. También es bastante conocida la participación interesada del Norte en muchos gobiernos corruptos del Sur; corrupción que facilita el expolio de los recursos de estos paises.

Dándonos cuenta y reconociendo todo esto, el norte debería de asegurar el refugio, la protección y el trato humanitario de estos inmigrantes que se ven desplazados de sus países por el dramático desequilibrio económico.

Pido a Dios que con su ayuda y coraje, tengamos la inspiración para emprender acciones adecuadas para asegurar que Samuel no haya muerto tan terriblemente en vano.


Mn. Juan Manuel Serra

joan_manuel_s@hotmail.com

Sagrada Familia, Barcelona, 15 de febrero de 2004

(actualizado el 17 de octubre de 2005)

Guerra a la Corrupción en el Tercer y Primer Mundo!! Pasa la Voz!!!

4 Titanics!!

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